Durante el mediodía y desenvuelta de un plástico grueso transparente, la navaja de mano ensangrentada de un narcotraficante conocido vulgarmente en el mundo del hampa como el Perro del Diablo, por su fidelidad al cártel y su tenacidad con la que se aferra a las víctimas que caen en su perímetro hasta matarlas, fue depositada sobre una mesa de acero inoxidable, regada minuciosamente por un chorro de agua fría y lejía, y puesta a secar sobre un paño absorbente.
Acababa de perforarle el globo ocular a un pobre tipo que cometió el garrafal error de llamar a su dueño, un narco asesino sin una pizca de alma, para encargarse de un asunto meramente financiero, durante un estado mental demasiado jodido para comprender lo estúpido que eso era.
Su hoja entró en su cráneo a través del ojo y su cuenca, y alojó su punta en el lóbulo frontal del hombre cuando éste ya había soltado todo aquello que el Perro Cienfuegos le había preguntado. Un nombre en particular. El vocalista de una de las bandas que cada semana se pasaba por su sala de ensayos. Un tal Ramiro Santacruz.
A su sanguinario dueño no le costó ni cinco minutos dar con la dirección de este tal Ramiro. El nombre de la banda estaba en el escritorio del tuerto, y la banda enviaba mil resultados en los motores de búsqueda. Y ya el primero en la lista contenía los datos de contacto para promover la labor musical del cuarteto.
Para el infame sicario, al fin las cosas empezaban a mejorar. En las fotografías de la banda, había dos rostros que le causaron un regocijo que lo hizo sonreír después de largos días de andar escondido en las sombras, cambiando la gasa de su trauma ocular, mal tratada por un cirujano del cártel. Un par de hijos de perra, causantes de su precipitada derrota. Un hombre que vive ajusticiando a otros fuera de la ley imponiendo la propia, sabe de venganzas mejor que nadie. Y con este regalo de la divina providencia, no se iba a negar a trabajar para sí mismo este día.
Nuevamente en su funda, la navaja estaba lista para salir a destajar a cierto músico de cuarta.
***
El teléfono de Ramiro suena en el bolsillo de su chaqueta. Mientras conduce hacia su casa, responde la llamada a través del manos libres.
—¿Quién habla? —pregunta.
—Hijo, soy yo —la inconfundible voz de su madre, alterada y depresiva—. Es tu hermanita. Esta mal. Muy mal. Vente acá rápido para que alcances a... a....
«Despedirte» piensa Ramiro enseguida y el estómago le da un vuelco.
—Ni lo digas, mamá. Ella va a estar bien. Siempre consigue salir de estas cosas y lo sabes. No digas más. ¿Me escuchaste? —la regaña con rabia en sus palabras, aunque en su afuero interno su pesimismo le asegura que su hermana ya no saldrá de ésta, aunque antes lo haya pensado en cada crisis.
Del otro lado su madre se deshace en llanto.
—Estoy ahí en unos momentos. No pierdas la fe ahora mismo, mamá. ¡No la pierdas ahora! —lo único que puede darle a su madre son fuerzas. Al menos, mientras el llega y se hace cargo de la situación.
La Chevrolet Silverado azul cruza lo que resta de la ciudad hasta la residencia hospitalaria en doce minutos exactos.
***
Las ruedas aro 26 de la mountain bike de Vicente se frenan en el estacionamiento de la residencia. Le toma poco tiempo llegar, cruzando un parque y dos barrios, haciendo un viaje casi en línea recta desde su casa.
Está cansado, asustado, confundido. Pensó que este momento no llegaría, aún por mucho que en sus más odiosos pensamientos lo imaginara.
Domínica Cristina Santacruz Molina. Aunque sea hija de Mariana y Juan Carlos Villanueva, un ex compañero de trabajo, éste murió de malaria durante unas vacaciones con las que planeaba ir con ella, pero por problemas en el embarazo, acabó yendo junto a su familia. Claro, la oficial. Razón por la cual, Mariana decidió darle el apellido de sus hermanos. De haber podido, le dejaba el suyo propio, pero la legislación de esos años se lo impidió. El mundo, para su desdicha, seguía decidiendo a favor de los hombres, incluso, por los que negaban su propia paternidad.
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Lujuriosos Píxeles de Medianoche
RomanceUna chica audaz, víctima de sus secretos y un muchacho noble, en la constante lucha contra sus circunstancias de vida, compartirán una historia que mantendrá una agradable calidez en tu interior. Del destino aleatorio y muchas veces cruel, que a vec...