15. Un punto de quiebre

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Sofía aparece como de costumbre en el hospital junto a Mariana, Ramiro y, por la amistad que floreció entre ellos, también Natalia.

Durante los días anteriores, vivieron instancias muy complicadas los cinco. Vicente en particular. Su cirugía fue un éxito, sin embargo, un dolor asfixiante le hacía suplicar por una nueva dosis de medicina apenas el analgésico en la intravenosa perdía el efecto.

Verlo tan dopado en cada hora de visita, les causaba enorme angustia.

Hacia el cuarto día, su lucidez fue un regalo. Uno breve y esperanzador. Aún no podían cruzar demasiadas palabras con él, pero era un inicio. Al noveno, solo pudo ir Ramiro y Mariana. Las chicas debían prestar declaración en la audiencia preliminar sobre el caso, en el juzgado de policía local. Por suerte para Vicente, su edad y las pericias de la brigada de investigaciones jugaron a su favor, teniendo su primera audiencia formal dentro de un mes. Más que nada, para confirmar el sobreseimiento de su caso.

Una vez dado de alta, la vida debería retomar su normalidad. Por lo menos, eso es lo que todos esperan.

-Bicho, pelmazo con suerte, anda, vístete que no puedo pasar un minuto más viéndote con esa estúpida bata -aparece diciendo Ramiro en la sala común de pacientes en recuperación.

En las otras camas, se alegran de que este muchachito pueda volver a su casa.

-Rami, hola, ¿cómo estás? -detrás de su hermano vienen las chicas-. Hola a todas. ¿Qué les trae por aquí?

Con un ánimo más que repuesto, sentado sin problemas sobre la cama, Vicente les recibe de buen humor.

-Vinimos a llevarnos a un chico insoportable, lejos del hospital. La pobre gente aquí solo quiere un poco de paz -bromea Ramiro mientras los demás pacientes sonríen, aunque no todos.

Mariana y Natalia saludan a Vicente. Su madre lo llena de besos y comienza a preparar sus cosas para la partida. Sin embargo, Sofía se ha quedado en la entrada al pabellón, mirando desde lejos.

Días antes, un extraño e imperceptible fenómeno ha venido ocurriendo en las visitas. Sofía ha sido la única que lo ha notado porque, precisamente, la involucra a ella y a Vicente.

Él no la mira.

La saluda como al resto, pero evitando mirarla a los ojos. Desde que recobró la lucidez, éste ha rehuido su mirada de la de ella.

Ese mero detalle ha traído a Sofía durante cada día, con un sentir errático. Pensativa, callada, confundida... Tantas sensaciones equivocadas tratándose de Vicente. Y lo peor de todo es que cada día duele más.

Ya ni siquiera se atreve a acercarse a él, aunque por dentro su corazón se desangre por un poco de su cariño de siempre.

Sofía se ha desvelado noche tras noche, pensando en una posible causa: Que su presencia en la vida de él solo le haya traído desgracias; que por su culpa acabó en el hospital luchando por no morir, que finalmente se aburrió de ella y de sus tantos defectos. La repetición incansable de tantas posibles razones en su cabeza, la han llevado a un horrible estado de incertidumbre. Lo único que la mantiene en aquel umbral, mirando esa familia disfrutar de la compañía de ese chico, es la esperanza de poder hablar a solas con él y comprender.

De haber sido cualquier persona, ella ya no estaría ahí. Estaría iniciando una vida nueva, sola, en algún departamento de renta barata, desde donde comenzar a trabajar y surgir. Pero no se trata de cualquier persona.

Después de un rato Sofía se les une. Se fuerza a entrar para que nadie se dé cuenta. Si Vicente ha sido discreto con su desdén, ella ha respetado esa decisión. Ni a sus mentoras ha querido contarles su predicamento.

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora