11. Secretos

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Se habían dormido en ropa interior, entre las sábanas y bajo las cobijas. Abrazados en el reducido espacio de una cama para uno. Podían haber tenido una cuatro veces su tamaño, aun así habrían dormido ocupando un pedacito, juntos, en una cóncava y convexa simetría.

El hervor erótico que días antes los quemaba, se mantuvo en llama baja. El apetito sexual que se despierta en ellos, permaneció adormecido por la pesada carga de aquella noche en vela. La fuerza invisible que los reúne en el lecho es el cariño que emana de sus almas.

No hay ningún secreto aquí. Estos dos seres se profesan un amor de facto sin que nazca aún el compromiso formal de cuidarlo de la inmisericorde mano del azar o del débil espíritu de la voluntad humana. Es un sentimiento en un singular estado de pureza extrema, aún profesado por dos corazones imperfectos.

Abrazados, descansados, y con un ruido emocional en su volumen más bajo, se despiertan a eso de las doce del día. Las cortinas oscuras del cuarto dan la sensación de una noche eterna. Él se preocupó de cerrarlas para evitar que el sol pronto los interrumpiera. Ahora, los mantiene acurrucados, con los ojos muy abiertos tratando de verse en las sombras.

—¿Cómo dormiste, chiquito? —pregunta Sofía al percatarse de que Vicente despertaba abrazado a su cintura y atrapándola contra su cuerpo.

Somnoliento, él sonríe al darse cuenta de que no había sido un sueño. Sí se había metido a la cama a dormir con ella.

—Hmmm... —se despereza abrazándola más fuerte—. Dormí como si nunca lo hubiera hecho antes. ¿Y tú... chiquita?

Sofía le habría respondido exactamente lo mismo. Y es que, en sus brazos, ha descubierto una nueva y verdadera paz.

Sintiendo su voz tan cerca del oído, siente el delicioso estremecimiento de su piel y de su alma emotiva... Este chico es una anomalía y ella la víctima de su sublime atracción.

—También yo —responde en un suspiro—. ¡Estuvo muy rico dormir juntitos!

Los labios de Vicente se dejan sentir tiernamente en el cuello de ella.

—Deberíamos dormir así todas las noches —prosigue diciendo con un hilito de voz trémula que nace desde la repentina exaltación de su sentido del tacto, apretando un muslo a su amigo, producto de un reflejo de conmoción.

Ella gime, y se ríe suavemente por esa reacción.

—¿Por qué me encantas tanto? —le pregunta Sofía sin pensar lo que sale de su boca.

—Porque estás loquita, ya te lo he dicho antes —responde con otro besito, esta vez en su hombro, entre el bretel de su sostén y su cuello.

—Ahhh... —el gemido que le sigue a esa respuesta es más difícil de contener. Su cuerpo comienza a reaccionar antes que su mente. Aplica presión con sus caderas en el vientre de su amigo, y sus nalgas se aplastan en su entrepierna cubierta solo con un bóxer.

Vicente suspira en su piel. Su mano se aferra a su cadera a favor de esa repentina presión.

Y como no podía ser de otra forma, la dureza de su amigo se encaja en la línea de sus glúteos.

De un suave hervor, que reposa sobre una llama baja de pura excitación, al estallido violento de un géiser, Sofía abre bien los ojos y éstos se le llenan de lágrimas, un deseo incontenible la invade. Aprieta las piernas, los párpados y los músculos del piso pélvico. Algo violento está tratando de contener. Vicente comienza a frotarse en sus nalgas y eso no ayuda, para nada. Todo lo contrario. La angustia a tal nivel que, de un solo movimiento, las cobijas se abren y ella se pone de pie bruscamente.

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora