8. Normalidad

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Los dos amigos que conviven desde el lunes bajo el techo de Mariana Molina no se han visto, ni hablado. La primera noche que Sofía durmió junto a Mariana, se la pasó en la laptop. La madre de Vicente llegó bien entradas las horas de trasnoche como de costumbre luego de acompañar a Domínica en la residencia. Apenas se saludó con ella, cayó rendida en el más profundo sueño. No hubo forma de que advirtiera el desánimo de su nueva huésped.

A la mañana siguiente, Vicente asistió a clases habiendo faltado el día anterior. Su amiga tendrá dos semanas de licencia médica. Él, tres días. Esa diferencia lo enferma. Le recuerda que por su culpa ella fue brutalmente agredida y a él solo le cayó una patada.

No se tomó sus días. Se comprometió en silencio a tener todo bajo control, los apuntes y los avances en las clases para cuando su amiga los necesitara. Facilitarle la vida seguía siendo su prioridad. Además de ayudarle a distraer la mente.

Últimamente se ha visto inquieto por ideas que rondan su mente. Pensamientos opresivos sobre asuntos inconclusos que podrían, en el peor de los casos, regresar a sus vidas en el futuro o en cualquier momento. Cómo sea, Vicente los reprime. Los reprime en igual medida que los demás parecen hacerlo.

El miércoles pasó exactamente lo mismo. Un día calcado. Con pesar, ella seguía sin darle alguna señal de aproximación. A veces se armaba de valor para acercarse y disculparse. Mas no tenía una disculpa clara. Y como dijo Ramiro, muy sabiamente, decidirse a mentirle a Sofía solo abrirá paso a ese mundo de pura mierda entre ella y él. Ya conoció las consecuencias inmediatas de eso y aún siente que podría estar pagándolas.

Sin nada significativo que decirle para recuperar su confianza, Vicente se contiene y le da tiempo. Solo espera no estar cometiendo otro error al mantenerse apartado.

***

Llega el jueves. Sofía se amanece sin pegar un ojo. Su laptop finalmente se cierra. Se estira con cuidado para que las costillas no la hagan quejarse. Se levanta de la cama, cansada, con muchas ganas de orinar. Sentada en la taza, desbloquea su celular. Lo había tenido suspendido todos estos días. Sufre una clara decepción al no ver ni un solo mensaje ni intento de su querido Vincent por comunicarse con ella desde el lunes. Desde ese arranque de lujuria que la superó y que, por poco y arruina todo.

O quizás sí lo arruinó.

Sale del baño con ganas de verlo. Demasiadas ganas. La impulsividad que la caracteriza suele potenciarse cuando su corazón se siente bien y en especial, cuando se trata de Vicente. Sale del cuarto y ante el silencio del primer piso, sube al segundo con cuidado. Con cada escalón, puede percatarse de que sus piernas reaccionan mucho mejor que hace días. Se dirige despacio a su cuarto esperando que se encuentre ahí. Pero no. Asume que tal vez ha vuelto al instituto. No se equivoca.

Es la primera vez que ella entra en esa habitación. Su primera impresión es favorable para Vicente. El chico no es un puerco, aunque Sofía hubiese preferido que éste lo fuera. Así como ella lo es. De esa forma los dos serían un par de cerditos despreocupados. Pero, como sea, hay un encanto especial en la pulcritud y el buen gusto de un hombre, reflejado en su hábitat, y aquello la encanta.

Se arroja a la cama de éste, es suave, y huele muchísimo a él y a su agua de colonia. Respira en la almohada profundamente. De inmediato, los recuerdos de ese ataque de lujuria copan su mente. La piel de todo su cuerpo se sensibiliza. Sus pezones se erectan sobre el edredón. Los pellizca como si fuera un mero reflejo, como quien se cubre los brazos cuando pasa una brisa fresca. Hay normalidad en su sentir, en su excitación.

No hay culpa, no hay condena ni vergüenza ni nada. En la soledad de esa mañana, es ella y su cuerpo.

Sin perder la postura boca abajo, lleva su diestra por debajo del short de su pijama, del calzón, más allá del monte de Venus. Ese ritual que repite como un mantra, allí donde sus ganas dicten, se lleva deliciosamente a cabo. La boca de Vicente, su verga atrapada, dura, diligente... ¡Qué perfecto logro fue excitarlo! Vicente pudo quitársela de encima, haberla rechazado sin problema. Pero no fue así. Cedió. ¡Él cedió a sus placeres!

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora