14. Desde la muerte

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En el suelo yacen los dos hombres que más han afectado a Sofía en su vida. El de la navaja en el cuello, representa el cielo al que ella misma se elevó precisamente desde el infierno en el que, el de la bala en el cráneo, la tenía cautiva.

Uno agoniza, el otro dio su último estertor diez minutos atrás.

Las pupilas de la chica, antes dilatadas, ahora se contraen a plena voluntad de su sistema parasimpático. Su consciencia se resetea cual máquina a la que se le presiona un botón.

Y entonces, el horror.

Hay pesadillas que, en su mayoría, entintan la vigilia de amargas sensaciones cuando se terminan, aunque, por lo general, el despertar es un alivio para el alma. Para Sofía, es el caso contrario.

El golpe que le dio Damián la envió a un trance momentáneo con sabor a sueño lúcido. Y el despertar, pobre de ella, es una pesadilla bordada sin misericordia sobre el telar de carne viva de la realidad.

Lo primero que hace es agacharse al notar que debajo de Damián, se encuentra Vicente. Sus rodillas caen de lleno en una posa de sangre espesa.

Al igual que su tenaz amigo, Sofía posee convicciones muy por fuera de lo normal. En lugar de echarse a llorar desconsolada por lo que presencia, mete manos a la obra dentro de un estado de agitación estable que no trepa ni un instante hasta la irracionalidad.

Constantemente Sofía se ha dicho que detrás de cada trauma, hay otro peor esperándola. Conocer a Vicente fue la regla que rompió con aquel patrón, hasta que Damián lo pateó en el vientre. Ahí comprendió que su horrenda línea de vida, la seguiría atormentando cada vez más fuerte. Verlo apuñalado sin saber exactamente cómo pasó, pero deduciéndolo al tocarlos y palpándolos a consciencia, es suficiente para empezar a hacer. ¿Qué cosa?, pues plantarle cara a su maldito destino como siempre.

Se pone de cuclillas, empuja con fuerza el cuerpo de Damián hacia un lado como si éste fuera un bulto, un mero escombro. Enseguida, busca signos vitales en su amigo del alma. Busca su respiración, no la siente. Busca su latido. No aparece en su pecho. Busca su pulso en el lado ileso del cuello. No hay respuesta... Quiere llorar y llorar a gritos, pero se resiste con todo lo que tiene.

-Vicente, Vicente no, no te vayas, no puedes irte -su propia congoja la calla.

Sacude la cabeza a pesar de su dolor, toma bocanadas de aire para calmar la dolorosa histeria con la que sus pensamientos envenenan su lucidez. Los sollozos son trémulos. Agita sus manos, y se da palmadas en las mejillas... Está luchando contra la idea más amarga que haya sentido. Una vida sin él.

-¡No, no te voy a dejar largarte de mi lado! ¡Me niego! ¡¿Me oyes?!

Pone los dedos en la arteria del cuello. Cierra los ojos apretándolos como quien ruega un milagro.

-¡Cálmate, Sofía! -se grita, y acto seguido, comienza a relajarse con un único motivo en mente. Sentir algo de vida en el cuerpo de Vicente.

La puerta principal de la casa de Mariana Molina se abre. Una chica corre hacia la calle a toda velocidad. Se detiene en la vereda, mirando alrededor, buscando, buscando. Las calles están vacías. Toma una dirección y reanuda la carrera. No puede quedarse esperando.

A lo lejos, un sedán gris aparece desde una calle aledaña. Sofía no lo duda y se arroja a la calle dando aspavientos para detener su marcha. La mujer al volante da un frenazo que los ABS no logran convertir en una detención silenciosa.

Su amiga en el asiento del copiloto le grita que siga avanzando. Que las van a asaltar.

-¡Señora! ¡Por favor! ¡Necesito que me lleve al hospital! -exclama desesperadamente Sofía.

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora