4. De héroes y dementes

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Una vez se despiden todos en la oscuridad de esa noche de sábado, suben a la camioneta. La temperatura ha descendido lo suficiente como para que Ramiro cierre las ventanas y aplique la calefacción. De todas formas, Sofía no pierde oportunidad de acurrucarse en Vicente. Éste la abraza, tímidamente al comienzo, pero, a mitad de camino, la sensación de tristeza que le produce el tener de despedirse de ella, hace que ese abrazo sea naturalmente más seguro, más especial.

-¿Qué tal te parecieron las canciones? -pregunta Ramiro a la chica.

Queda poco antes de arribar al barrio de ella, tiempo que aprovecha el mayor de los Santacruz para sacarse las dudas sin entrar mucho en detalles.

-¡Oh! -se sorprende Sofía. Aun así no se separa de Vicente para responder-. Las amé. Todas. No podía creer lo mucho que me afectaron las canciones. Ustedes son muy, muy buenos. Se pasan.

El muchacho que la cobija se emociona tanto que la abraza más fuerte. Ella reacciona de igual manera.

-Eso es porque nos rompemos la espalda para hacer el trabajo lo mejor posible. Sentimos que con la banda vamos a llegar lejos. Esta agrupación funciona mejor que las otras que hubo antes. El Bruto y el Jerson son musicazos. De conservatorio. Con el Bicho somos los menos profesionales, por eso tenemos que esforzarnos mil veces más para estar ahí -se confiesa Ramiro luego de toda una tarde de entrar en confianza con la chica-. Díganme por donde irnos para pasar a dejarte.

-Vale. Te voy diciendo -responde Sofía.

-El viernes vamos a debutar con el nuevo álbum que, esperamos, va a abrirnos las puertas de una vez por todas. Tú tienes que ir -le comenta a la amiga de su hermanito.

-¡Voy a estar ahí de las primeras en el público! -dice Sofía con mucho entusiasmo-. Llegando a la esquina a la derecha y tres calles más allá a la izquierda, porfi.

-Ok. Y no, no vas a estar en el público. Tienes que estar en el escenario, y procura que el Bicho te pueda ver. Mira que hoy tocó mejor que nunca este cabrón y lo único diferente esta vez fue que tú estabas con él.

Se podría decir que lo que Sofía experimenta al oír esas palabras es un profundo agradecimiento. A Ramiro, a la banda, a Vicente. Su Vincent. Aquel que la abraza y la incluye en su vida como nadie antes lo había hecho.

-Tercera calle a la izquierda, ¿cuánto más? -pregunta Ramiro mientras va virando.

-Es ahí, más adelante, donde hay un hoyo en el pavimento -apunta la muchacha. No pierde un segundo y vuelve a rodear el torso de Vicente con ese brazo. Ella también siente esa tristeza.

Vicente "Bicho" Santacruz apenas menciona palabra durante el viaje. La congoja es fuerte. Teme que su voz se escuche quebradiza. Siente un nudo en la garganta tal que no quiere arriesgarse. No obstante, la camioneta se detiene y Sofía tiene que bajar.

De la casa frente al bache que señalaba la chica, un hombre sale hacia la calle. Prende un cigarro con avidez. Se le ve inquieto, preocupado. Se mueve de un lado a otro en la vereda.

-¿Ese es tu papá? -pregunta Ramiro apuntando al tipo.

Sofía mira a través del parabrisas. Su corazón se acelera más de lo que ya venía, pero por un motivo totalmente contrario.

-¡Puta madre! -masculla la muchacha evidentemente alterada. Se suelta de Vicente como si este estuviera contaminado de radiación y se agacha torpemente en el asiento como queriendo pasar desapercibida.

-Hermano, ¿puedes avanzar y dejarme un poco más allá, por favor? -le solicita la asustada adolescente al perspicaz conductor.

-¿Por qué? ¿Es por ese tipo de ahí?

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora