5. Una familia improvisada

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Sofía es dada de alta por sus heridas ese mismo lunes después, debido a la falta de camas en el hospital de la ciudad. Al no poder hallar familiares directos que la pudieran recibir (siendo que Vicente estaba seguro de que Sofía tenía una abuela), la madre de los Santacruz, Mariana Molina, aceptó recibirla en su hogar, provisoriamente.

El otro destino de Sofía habría sido una casa de acogida del Estado. Vicente hizo todo lo humanamente posible para convencerla.

Ramiro no se oponía a la idea. Después de todo, la chica es la persona más importante ahora en la vida de su hermanito. Habría sido estúpido haberla salvado de un psicópata sólo para condenarla en un lugar en el cual se sabe desde siempre que los abusos son permitidos entre cuidadores y chicos vulnerables, amparados por el mismo Estado.

La chica, como quedaría establecido cual regla de oro, dormiría estrictamente con Mariana. Su hijo mayor sugirió desafortunadamente la idea de que Sofía usara el cuarto de la pequeña Domínica. Hermana pequeña de Vicente y Ramiro, la cual vive en la actualidad en una residencia hospitalaria subvencionada, producto de su delicada salud.

La respuesta a eso por parte de su madre fue un rotundo no.

A las 15:25 del día lunes, llegan los tres a la casa, habiéndose venido en transporte público. La camioneta de Ramiro, luego de recuperarla desde la tenencia de vehículos de la policía tras ser periciada, luce demasiado miserable como para haber ido por Sofía en ella y revivirle los crueles recuerdos de la noche del sábado.

Mariana los recibe con un confortable almuerzo casero, muy apesar de no estar convencida de traer a vivir bajo el mismo techo de sus hijos, a una niña posiblemente relacionada, según la oficial que escribió el reporte, con el mundo del narcotráfico.

—¿Cómo te sientes, querida? —Mariana rompe el hielo de la mesa dirigiéndose a su nueva huésped.

Sofía había pasado por demasiados traumas y momentos extremos en su corta vida. Pero su madre le había enseñado a no dejarse definir por las cosas malas. Además de que, en los últimos años, enterrar en lo más profundo del alma toda la mierda en su vida se había convertido en una vocación profesional para ella.

—Estoy mucho mejor, señora Mariana. Muchas gracias. Oh, y déjeme decirle que estas papas fritas son lejos las más ricas que probé.

Para Mariana y Ramiro, esa respuesta no cabe en lo que ellos llamarían normal. El rostro de la niña tiene zonas oscurecidas e hinchadas aún. Además de cortes suturados, vendajes por todo el cuerpo, la muñeca izquierda inmovilizada y una lesión en la espalda que, de momento, la hace caminar encorvada. Es visible su dolor desde que la vieron. ¿Qué puede darle un ánimo tan sano?

—No has probado las mías, Sofía. ¡Mis papas sí son épicas! —comenta felizmente, Vicente. Sentado al lado de su querida Sofía—, sin desmerecer las tuyas, mamá, je, je.

—Si tú te llenas la boca hablando de tus supuestas papas, yo espero que llenes la mía con papas de verdad —responde la muchacha con ese aire de chica lista de siempre.

—Para luego es tarde —dice su amigo y me toma dos papas del plato y se las da cuidadosamente en la boca.

—¡Vicente, por favor! ¿Como haces eso? ¿Qué no te he enseñado modales? —alega su madre luego presenciar tal desfachatez.

Lo que Mariana no sabe es que su hijo y Sofía comparten un vínculo que la humanidad pocas veces tiene la suerte de presenciar entre sus pares. Lo que para ella es una completa falta de respeto, para ellos es, de hecho, la mejor terapia emocional que puedan tener. Al menos Ramiro así lo acaba de entender.

Después de almorzar y compartir la sobremesa con su nueva y provisoria familia, Sofía sufre una descompensación. Vicente, quién la tiene a su lado, reacciona conteniéndola.

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora