13. Sacrificio y redención

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Uno de los pensamientos más recurrentes y que más han anidado la mente de Vicente en esta última semana, ha sido sobre el débil e insuficiente puñetazo que éste propinó al maldito. Fue capaz de asestar el primer golpe. Pudo terminar con todo lo que vino después si ese gancho de derecha hubiera sido lo suficientemente poderoso. No lo fue y Sofía pagó las más graves consecuencias. Una pequeña parte de Vicente entonces, se preguntó en su subconsciente día a día ¿qué sería capaz de hacer si la misma situación se repitiera?

La respuesta a ello se traduce en su primera acción de regreso a su casa; no es ponerse a salvo ni llamar a la policía, sino que empujarse a sí mismo a convertirse en el único medio para sus fines, como ha tenido que ser siempre para él y su familia, ya que esperar que otros vengan en su auxilio nunca les dejó nada bueno.

Razón suficiente para dar un paso hacia donde se encuentre la muerte, pero no cometiendo el mismo error de antes. Esta vez sabe lo que podría estar enfrentando y hacerse de un arma es la solución.

Una que, bien utilizada de un sólo golpe, termine todo antes de que los golpes antagonistas se devuelvan.

De la cocina, coge el más afilado y punzante de los cuchillos. El más grande sería imposible de usar. Vicente es rápido, ágil pero no particularmente fuerte. El miedo de su ser, lo hace precavido. De momento nada es seguro. Sin embargo, desecha todas las posibilidades positivas, y abraza cuál fuera un hierro al rojo vivo, las negativas. Las peores. Cómo saberse ya visto, o escuchado. Cómo que en cada esquina alguien ya lo espera para asesinarlo.

Se mueve sigilosamente mirando y oyendo el triple de atento. La muerte podría caerle encima desde cualquier dirección. Desde unas manos que lo estrangulen hasta una escopeta que lo destroce de un disparo. Abandona la cocina con ojos en su espalda, la vista agudizada, los pies ligeros y la diestra armada dispuesta a todo.

La casa permanece silenciosa. Pero hay algo que lo inquieta de sobremanera. Revisa una tras otra las habitaciones del primer piso. El baño, el patio lateral, se abstiene de salir al patio trasero por los vidrios en el pasillo que le impiden un paso sigiloso. Se devuelve al otro extremo, camina hacia el cuarto de su madre. La puerta está cerrada. La sensación de inquietud se dispara exponencialmente al acercarse. Hay un murmullo en su interior. Uno leve pero perceptible. Apoya muy despacio su oreja en la madera blanca. Es un sonido rítmico. Un golpeteo que viaja a través de las paredes, se dispersa en la puerta y se resiente en su cartílago. Y el murmullo es un jadeo. Uno físico, grave, masculino. Sexual.

Vicente sufre un bloqueo instantáneo. Se petrifica ante el horror de lo que encuentre dentro de aquel cuarto cuando abra esa puerta. Si es eso que él cree que es, no le quedará más remedio que convertirse en asesino para salvar a Sofía de una vez por todas de la maldad que insiste en volver a su vida. Empuñando fuertemente el cuchillo, apretando los músculos de sus piernas, calculando cada movimiento que está por hacer, Vicente gira el pomo de la puerta.

***

Frente a sus ojos, la pequeña Domínica parece dormida, inconsciente a fuerza de su lamentable estado. Según los estudios, presenta muerte cerebral. Mariana, su madre, no reacciona. Permanece impávida, mirándola. En su cabeza, el ruido de la abrumadora realidad es demasiado alto como para darle contexto a través del razonamiento. El shock se adueña de su nación personal.

En el despacho del director del hospital, su hijo mayor trata de convencer al plantel de turno, que desconecten a la pequeña, tal como el neurólogo habría señalado. Que Mariana está indispuesta para tomar tal decisión y que no tienen los medios para pagar el uso de la asistencia vital desde el minuto en que la activaron. Cada segundo se les hace imposible de solventar. Emocional y económicamente.

Lujuriosos Píxeles de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora