10.El último adiós

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6 de febrero de 2018

Con mi padre entierro nuevamente una parte de mi alma. El dolor que siento es más allá de lo soportable. Alessandro, Fabrizio y sus hijos portan sobre sus hombros el ataúd que encierra su cuerpo, seguido por las mujeres Varone junto al abuelo.

Unas ganas inmensas de golpear a Loretta me corroen de repente. Ni siquiera puede fingir un poco de tristeza. Su actitud altiva me recuerda la magnitud de esta función de circo.

Los traidores que se hacen llamar socios y amigos de la familia, caminan cabizbajos con caras de lamento.

<<Al menos saben fingir mejor que Loretta>>

Mi cuerpo hierve de rabia cada vez que les veo. Sobre todo a él. Millones de preguntas rondan mi cabeza, pero una reinaba sobre las demás: ¿Lo sabe?

Una perversa sonrisa se instaura en mis labios. Ya tendré tiempo de ajustar cuentas con todos ellos. Las ansias de venganza no hacen más que ir en crescendo.

Yo contemplo la escena entre la multitud, con un enorme abrigo negro y el rostro cubierto por un pañuelo de seda y gafas.

Luciano también está entre los hombres allí presentes, tomado de la mano de su esposa. Por unos segundos la observo a ella de reojo y nuevamente no puedo evitar compararnos. Sigo notando el parecido y eso me hace recordar las últimas palabras de mi padre. Porque de repente todo tuvo sentido para mí, aunque el precio por encontrar las respuestas resultó ser demasiado alto.

Siento una presencia a mi lado y rápidamente dejo de contemplar el escenario.

El sutil abrazo de Enzo mientras el primer puñado de tierra cae sobre el ataúd de mi padre solo aumenta mi dolor.

<<¿Cómo podré mirarle a la cara después de esto?>>

—Necesito salir de aquí... —susurro al oído de mi primo.

Él asiente en respuesta sin poder observarme.

<<Mejor así.>>

—Ve —accede—. Yo te cubro. Ten cuidado.

No necesita decirlo dos veces. Sin preámbulos salgo lo más desapercibida que puedo. Sin embargo, giro sobre mis pies para contemplar la figura de Enzo Varone de espaldas.

<<Si lo supiera... no le dolería menos. Estoy segura.>>

Todo esto resulta demasiado para mí. La noche ha sido terrible entre gritos agonizantes y juramentos sanguinarios.

En la salida el aire me golpea el rostro. La voz del sacerdote que oficia el sepelio queda detrás. Nunca me han gustado los cementerios. El silencio que reina en estos lugares me produce escalofríos.

Alzo la vista para contemplar el cielo. Se encuentra demasiado oscuro para ser de media mañana.

Su aroma tan característico —flores silvestres con una pisca de menta— se mezcla con el viento y me resulta muy agradable.

—Deberías estar dentro —comento sin desviar la vista del cielo.

—Y tú no deberías haber salido —replica.

—Lo sé —admito—, pero... necesitaba...

Las palabras se me cortan de pronto al tiempo que siento un horrible resquemor en la garganta.

—No estás sola. ¿Lo sabes? —Alude luego de unos minutos de silencio.

—Lo sé —respondo. Después me detengo a mirarle fijamente—. Nunca te agradeceré lo suficiente.

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