Primera palabra: Misiva

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| | Misiva | |

Del latín: missus, también una conjugación del verbo mittere, que significa "enviar". Lo que es enviado; un escrito que contenga un mensaje. A veces, una misión.

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Iniciar un procedimiento introspectivo me obligaba a recurrir a las palabras escritas porque, honestamente, las palabras y los pensamientos se desconectaban de mi cerebro una vez atravesaban mi boca cada vez que intentaba usarlas.

Así que aquí estaba, nuevamente escondido en un salón de la Escuela Comunitaria Spectrum durante la hora del descanso, apartando las buenas costumbres de la oralidad y escogiendo un pequeño cuaderno viejo cuyas hojas ya rayadas arranqué solo para conservar el forro de cuero sobre el cual, con escasa delicadeza, marqué mi apellido usando un marcador negro en la primera página — indeleble y agresivo.

Cerré el cuaderno y doblé mis brazos sobre él para dejarme consumir en la ausencia de sonidos dentro del salón de clases vacío, del lado externo a estas paredes podían oírse las voces de los jóvenes que se llamaban con apodos grotescos entre sí y usaban registros vocales más altos de lo necesario para soltar carcajadas contagiosas a las que yo parecía ser inmune. Quién diría que un insulto podía ser más certero que un poema en una libreta amarillenta. El mundo funcionaba de maneras verdaderamente inesperadas, la gracia y la falta de ella... pero así era el humano: impredecible y algo mentiroso.

En algún libro leí que el ser humano era capaz de decir mentiras solo porque sabía que el otro podía llegar a creerlas. Lo cierto era que mantener la «verdad» requería de cierto compromiso y eso provocaba miedo. Curioso que el primer miedo a la verdad se diera en el mentiroso, porque la verdad acabaría desnudándose ante sí mismo y ante los demás.

¿Pero cómo hacían los mentirosos que jamás eran descubiertos? Nietzsche decía que la mediocridad era la máscara más feliz que un gran hombre podía usar, porque el mayor número de mediocres genuinos no sospecharían que hubiese un engaño en ello; sin embargo, el humano se sirve de esta arma para utilizarla según su conveniencia, muchas veces para no irritar al resto, otras por simple compasión o bondad.

Esto me hacía encajar perfectamente en el perfil de un mentiroso.

Naturalmente, era alguien con una máscara que hacía las veces de una carta de presentación que, en mi caso, gritaba el poco interés que tenía hacia todo lo que me rodeaba, cuando en realidad era lo opuesto.

Quería saber muchas cosas, tenía muchas preguntas, conocía algunas respuestas, pero aún quedaban varias en la lista. Sabía también de algunas otras que estorbaban en mi camino a descubrirlo. ¿Que si había hecho algo al respecto? No hasta el momento, ¿por qué? Porque aunque intentara engañarme a mí mismo era un tipo demasiado cobarde como para acabar con todo de golpe.

Escuché la puerta rechinar al abrirse interrumpiendo la paz de mi guarida. Alcé mi cabeza para notar la fina figura de la chica que acababa de entrar. Melissa llevaba un batido en sus manos y un pitillo presionado con sus labios. No estaba bebiendo el líquido, solo mordisqueaba el plástico. Le eché un vistazo a sus zapatillas de terciopelo, la suela chocaba con el piso de granito y los pequeños detalles metálicos que hacían de cordones chocaban entre sí una y otra vez cuando daba un paso.

—Hola Joshua —dijo con una voz disfrazada de suspiro—. ¿Quieres ir a almorzar en la cafetería? —preguntó, sentándose en el escritorio frente al mío. Echó su cabello largo a un lado y me miró con ojos bien abiertos, esperando mi respuesta con evidente impaciencia y euforia.

—No tengo hambre —mentí. Estaba muerto de hambre, pero tenía un paquete de galletas de chocolate en mi mochila que no pensaba comer aún porque eso implicaría compartirlas con alguien, como Melissa, pero no dije más nada.

Salad DaysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora