Cuarta palabra: Exclusión (II)

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La ronda de preguntas había terminado y ahora me había sentado a escucharlos, cosa que, dependiendo del grupo de personas, casi siempre hacía o casi siempre decidía no hacer, pero tan pronto sus voces soltaron frases sobre experiencias pasadas que yo no había presenciado, y por ende no comprendía del todo, abandoné la primera opción.

Todavía sentado en mi puesto le eché un vistazo a los cuadros minimalistas que decoraban la pared detrás de Matty, unos hechos a carboncillo y otros con acuarela, manteniendo siempre la paleta de colores fríos o el blanco y negro. Había hojas, flores, brochazos abstractos, figuras geométricas, retratos sin rostro... pero cada cuadro parecía contar una historia; fue entonces cuando un mapa con la silueta de Canadá y Estados Unidos llamó mi atención, a lo lejos lucía como un cuadro más por conservar la misma estética de todo el departamento pero si se le detallaba era posible ver varios puntos de colores marcados.

Estaba por levantarme y acercarme, pero un marco más que rompía con la serie de dibujos me hizo detener. Reconocí a Florencia luciendo una pollina recta y el cabello disparatado en una fotografía monocromática, tenía la cara manchada con algo que posiblemente era comida, y a su lado un niño de cabello claro y liso sonreía abiertamente para la foto, los ojos achinados y las mejillas acaloradas delataron a Paul. Pensé en él, Florencia me había dicho que pasara a esperarlo pero ya tenía un poco más de una hora sentado en una casa ajena llena de gente extraña y me hacían sentir como un intruso.

De pronto, Florencia se puso de pie y preguntó si queríamos algo de beber. Pedí agua, los demás optaron por algunas bebidas energéticas y cervezas. Becca se levantó también y fue a la cocina tras ella para ayudarla, avisándome que no tardaría en regresar con un guiño y una sonrisa antes de desaparecer tras la puerta batiente de la cocina.

Apenas las dos se fueron, Pepe, el de mi edad, se aclaró la garganta y se inclinó sobre su silla.

—Fox, es importante que sepas algo si te vas a quedar con nosotros y no quieres tener problemas conmigo —dijo él, alguien bufó y otra persona soltó una risa fuerte, también se escuchó una más suave, habría deseado poder voltear y observar pero tenía un mal presentimiento por las palabras del chico que ahora me miraba severamente—. Becca está apartada para mí desde hace muchos años. Ten cuidado de no ser tan amable con ella, ¿bien? No quiero malos entendidos.

—Por Dios, Giuseppe —dijo Matty con su ya típico tono burlón, solo que esta vez sonó un poco más serio por el simple hecho de haberlo llamado por su nombre de pila—, ya ríndete. ¿No la viste cómo cayó a los pies del rojito?

Me sentí algo mortificado por estar en el medio de lo que en cualquier momento podía convertirse en una discusión; además que nunca nadie me había molestado por ser pelirrojo... eso me hizo sentir fuera de lugar y algo confudido.

—Matty, sé amable con el chico... —regañó uno de los gemelos que quizás notó el mohín en mi cara. Traté de mostrarme menos disconforme con la conversación pero no tuve éxito.

—Cuando no es Paul, eres tú... ¡dejen de ser tan anticuados! ¡Estamos en el siglo veintiuno! ¡Cualquiera debería tolerar un sobrenombre! No es como que tuviera que tomárselo todo en serio —se quejó el otro con la misma cara. Nombrar a Paul me hizo recordar su ausencia, quería preguntar por él pero no parecía ser el momento—. En serio, Theodore, no sé cómo tú y yo pudimos convivir tanto en el mismo vientre sin que se te pegara nada bueno de mí...

Quise decirle que estaba equivocado. El comportamiento de los niños se desarrollaba a partir de la mitad de la infancia, entre los ocho y nueve años cuando los humanos eran capaces de poder asumir su posición en el mundo y de diferenciar entre lo que era bueno y lo que era malo, por lo cual, científicamente, el tiempo que compartieron en el periodo de gestación de la madre no había tenido ninguna influencia en ambos.

Salad DaysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora