Sexta palabra: Zaratustra

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| | Zaratustra | |

Nombre del personaje en el libro «Así habló Zaratustra», escrito por Friedrich Nietzsche entre 1883 y 1885. El personaje profético que anuncia su llegada a la Tierra, transmitiendo la sabiduría a los hombres. Zaratustra es un ser incomprendido que debe enfrentarse al rechazo humano.

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Existen dos maneras para despejar nuestras mentes: gradual o por impacto.

Toda mi vida había optado por seguir la primera de estas opciones, me parecía más adecuada ya que tenía el pleno control sobre ella, pero con el paso de los días parecía que todo terminaba decantándose al impacto de las cosas.

Florencia, por ejemplo, era una chica de impacto: siempre aparecía como esa piedra que te lanzaban por la ventana en un cuarto oscuro para dejar entrar un rayo débil de luz.

Ella estaba claramente agitada, pero sonreía ante mi reacción que ondeaba entre el pánico y la defensa por un supuesto ataque. Ella bajó la cabeza, vio cómo su mano seguía sosteniendo mi prenda y la dejó ir inmediatamente pero ésta se quedó algo arrugada. Intenté arreglarla con mi mano mientras ella recobraba el aliento.

—Te estaba intentando llamar tu atención desde el estacionamiento pero no volteabas —comentó ella, su voz sonó más baja de lo que esperaba—. ¡Uh! ¡Sí que corrí! Hace años no me ejercito o corro una maratón... o corro en general —dijo, mientras se apoyaba con sus palmas en sus rodillas desnudas. Florencia traía pantalones de mezclilla que tenían agujeros gigantescos en esa área.

—¿Estás bien? —ella subió la cabeza y asintió sin decir una palabra—. Siento no haberte escuchado.

—Está bien, no hay problema —respiró fuerte y finalmente se incorporó—. Mi voz tampoco es demasiado fuerte. Nadie me habría escuchado de todas maneras —y agregó una risa suave al final.

Cuando por fin pude verla, noté sus mejillas más rosadas de lo normal, su frente y nariz brillaban un poco más, sus pecas y lunares eran aún más evidentes en su piel de papel. Por alguna razón me sentí menos presionado ahora que ella estaba aquí, como si la hubiese extrañado a pesar de no haber entretejido un camino en mi mente directo hacia ella todos estos días. Estaba por preguntarle qué hacía en mi escuela, pero ella no tardó en responder por sí sola.

—¡Oh, antes de que se me olvide! Traje algunas cosas que dejaste en mi departamento la otra noche —dijo y comenzó a caminar de prisa, pero yo me quedé quieto, solo moviendo mi cabeza hacia su dirección—. Están en el auto —dijo, señalando nuevamente hacia los autos en el parqueadero.

Fui detrás de ella manteniendo cierta distancia mientras la vi abrir la puerta del copiloto de un auto blanco, era un modelo viejo pero estaba bien cuidado, no tenía rayones y se veía limpio en el interior. Sobre el asiento estaba mi franela blanca impecablemente doblada y mi reproductor de música sobre ésta de manera ortogonal. Había estado tan ocupado durante las últimas noches estudiando y haciendo del escritorio mi cama, que había olvidado la extraña ausencia la música que solía acompañarme cuando me quedaba despierto hasta tarde y terminaba por caer dormido con la luz encendida.

Ella me entregó ambos objetos en las manos y caminó hacia el otro extremo del auto, dejando la puerta abierta. Comencé a guardar todo en mi mochila para marcharme antes de que perdiera el autobús y tuviera que esperar media hora más. Florencia tocó la corneta en el volante sacudiéndome de mis pensamientos.

Nuevamente: Todo era cuestión de impactos.

—Terminaste tus clases, ¿cierto? —me quedé observándola con mis manos aún dentro de la mochila, sin saber qué hacer—. Si quieres te llevo a tu casa.

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