CAP 17

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--------Mei---------

   Al abrir los ojos, me encontré en la más completa oscuridad. El olor a humedad era penetrante, y el suelo mojado se sentía frío bajo mis pies descalzos. Intenté moverme, pero las cuerdas que me ataban me lo impedían. ¿Dónde estaba?

—No sirve de nada —dijo una voz femenina al lado mío—. Esas cuerdas son imposibles de quitar. Ya lo intenté en su momento.

—¿Quién eres? —pregunté, confundida.

—No lo sé. He despertado sin mis recuerdos —suspiró con desánimo—. ¿Tú sabes quién eres?

Intenté rastrear mi memoria, pero no pude. Estaba tan segura de conocerme y ahora no podía recordar nada. Comencé a entrar en pánico. ¿Quién era yo?

—Así que tú tampoco sabes —hizo una pausa—. Me alegra un poco.

No entendía cómo tomar su comentario. ¿Por qué se alegraba? ¿Acaso ella era responsable de que estuviera en esta situación?

—No malentiendas. Solo me alegra no ser la única con amnesia —rió apenada.

La situación era mala, muy mala. Estaba perdida y quería llorar.

—Llorar es una pérdida de tiempo —me aconsejó.

En ese momento, escuché voces y pasos acercándose. Nos pusimos nerviosas.

—Es vuestro turno —dijo un hombre al entrar en la sala.

Nos agarró de las camisas con fuerza y nos arrastró, medio ahogándonos, hacia un lugar desconocido. La chica a mi lado soltó pequeños quejidos de dolor, pero yo solo me dejé llevar.

Nos llevó por un pasillo ancho de piedra hasta una sala sucia. La luz era tenue, pero suficiente para ver lo que me rodeaba.

—Tú quédate aquí —me dijo. El hombre era delgado, con ojos dorados, lo que era lo más llamativo de él.— Y tú, ven conmigo —señaló a mi compañera.

La chica, rubia con ojos azules como el cielo, era atractiva, pero no tanto como Meth.

—No te preocupes, sobreviviré —sonrió para tranquilizarme—. Y vendré a por ti.

Esas fueron sus últimas palabras, porque no la volví a ver más.

Pasé más de un mes en ese lugar, aburrida y desesperada. Solo me daban gachas una vez al día, y estaba muerta de hambre, sin fuerzas.

—Hoy es tu turno —dijo un hombre mayor al entrar en la sala.

No podía moverme, quería salir.

El anciano me agarró de la muñeca y comenzó a llevarme de mala gana.

Cuando la intensa luz del día hizo contacto con mis ojos, empecé a llorar de felicidad. Finalmente estaba afuera.

Frente a nosotros había una pequeña cárcel de madera arrastrada por dos caballos. Dentro de la cárcel había dos niños desnutridos y casi muertos.

—Sube —ordenó el anciano.

No sabía quién era ni qué hacía aquí, tampoco de dónde venía ni cuál era mi nombre. Era una situación patética.

Me convertí en una villanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora