Capitulo 2

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La Princesa Kim SeokJin siguió al soldado que iba delante, consciente de que otro cerraba la marcha, espada en mano.

Miró con disimulo a su alrededor y se fijó en que los fuertes muros de piedra del palacio eran demasiado altos para poder escalarlos y además, demasiado lisos como para ofrecer un punto de apoyo si alguien quería probar suerte a trepar por ellos.

Y más allá había una muralla similar, alrededor de la ciudad, que habría también que atravesar, si es que alguien conseguía pasar la primera.

Guardias armados patrullaban cada salida para impedir el paso de intrusos. Se había trabajado con gran destreza en el interior de los muros para animar a los reclusos a creer que estaban dentro de un bonito parque.

Los árboles y arbustos habían florecido durante la estación correspondiente, aunque en aquel momento una ligera capa de nieve en polvo cubría el suelo.

Con desesperación SeokJin se fijó en las marcas de las pisadas que quedaban en el blanco manto y que hacían imposible una huída furtiva.

Siguió dócilmente a su guía hasta otro recinto bien guardado, una especie de fuerte dentro de la fortaleza, y se le fue el alma a los pies cuando se dio cuenta de que era el harén.

Estaba separado del resto por un muro con grandes puertas de hierro que permanecían cerradas.

El soldado dio unos golpes en clave para poder entrar y SeokJin oyó que levantaban una barra en el interior como respuesta a su llamada.

El soldado cerró cuando pasaron.

En lugar de un gran edificio con servicios comunes como esperaba encontrar Jin. Vió doce casas construidas alrededor de una plaza.

Unos melocotoneros y unos ciruelos con las ramas desnudas se erguían en el centro del jardín y estaban rodeados por arbustos pardos que habían perdido sus hojas con el frío de la estación.

Había seis bancos repartidos por el espacio abierto.
Todas las casas eran iguales salvo la primera. Mientras que las tejas de las otras eran azul cobalto, la casa más espléndida estaba coronada por brillantes tejas carmesí para llevar la buena fortuna a aquellos que residieran bajo su techo.

Era más grande, más gloriosa, con unos perros de Fu de cerámica colocados en las curvadas esquinas del tejado para vigilar que la buena suerte no escapara.
Un paso cubierto conducía a la puerta principal y la luz del interior brillaba dando a las cortinas rojas un cálido resplandor.
Las sombras que se movían tras ellas hablaban de una familia en su interior que disfrutaba de la velada.

SeokJin miró la casa con añoranza.

Era adecuada para alguien de su posición, pero su rango ya no le confería beneficios adicionales. Sabía que a pesar del destino profetizado en su nacimiento, su suerte se había convertido en un camino oscuro y siniestro.

Cada casa de la plaza tenía un farol colgado a la derecha de la puerta. El farol estaba encendido sólo en la quinta casa y brillaba en el azulado y frío crepúsculo. Al pasar al lado, uno de los soldados soltó un gruñido.

Asumiendo correctamente que el comentario inarticulado no tenía nada que ver con su presencia, la princesa SeokJin siguió al soldado en silencio hasta que se detuvo delante de la séptima casa y sacó una enorme llave de hierro.

La cerradura chirrió, como protestando, cuando el soldado giró la llave y las bisagras crujieron al empujar la puerta.

Jin se recogió el manto y entró en el oscuro y frío vestíbulo, preparándose para lo que pudiera suceder.

La Concubina del GeneralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora