13. Las cosas sin querer

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Tenía claro que las personas que más daño pueden llegar hacerte son aquellas a las que quieres, al igual que sabía que ese dolor que te causan no es algo hecho intencionadamente pero escuece como si te curases una herida recién hecha con alcohol puro. El después de una discusión es difícil, ambos queréis hablar, pediros perdón, pero no sois capaces de hacerlo porque sabéis que habéis ido a donde más puede dolor. En este caso era Samantha quien se había pasado dos días esquivando por casa, incluso saliendo de casa antes de que pudiese levantarme para no tener que encontrarnos, ya que después de dejar el trabajo tampoco coincidíamos en ningún trayecto en tren. Con ella todos esos comentarios que había hecho sobre mí se clavaban más en mi cabeza impidiendo el poder dormir por más de dos horas seguidas escuchando también sus desvelos a media noche con visita a la cocina incluida. Nos habíamos convertido un poco en unos extraños.

El día de la discusión, después de pasarme la tarde con Eva escuchándola hablar sobre cine y lo tanto que le gustaba intercambiamos los teléfonos ya que aún no había rechazado su oferta, pero tampoco sabía con certeza si debía aceptarla o era mejor mantener las distancias con cualquier cosa que la incumbiese a ella ya que aún más desde esa tarde cada cosa que hago lleva implícita su nombre. El pensamiento constante de de esta película habló muy bien, voy a verla o los, la chica esta que sigo tiene un color de ojos azules pero no tanto como los de ellas buscándola en cada parte estoy, impidiendo quedarme solo en los setenta metros cuadrados que tiene esta casa y que a veces con el ruido de la carretera me hace sentirme encerrado, aislado.

Samantha tiene que estar apunto de llegar por lo que aún siendo conscientes del momento incómodo que puedo llegar a crear elijo el salón para ver uno de los capítulos de los Simpson que son una especie de tradición en esta casa aquellos días donde solo necesitamos un reseteo de la mente para poder desconectar de Madrid. Preparo unas palomitas para entretenerme en los escasos minutos que la quedan y me siento con ellas suplicando que hoy tengamos esa dichosa conversación por el bien de nuestra amistad y el ambiente que tenemos en casa.

Oigo las llaves abriendo la puerta que tras abrirse suelta un suspiro cerrándose detrás de Sam la cual parece más cansada que nunca mientras deja su chaqueta colgada del ropero. Con un par de palomitas apunto de comer Samantha me mira sorprendida cambiando el color de su cara a una tonalidad roja, deja de moverse con pereza para poder huir rápido de mi vista. Aún siente esa vergüenza por lo ocurrido. La sigo cada movimiento patoso que realiza nerviosa queriendo refugiarse en su habitación, pero antes de que pueda salir corriendo por el pasillo cerrando ahora la puerta de su habitación hablo asustándola y deteniéndola.

-Samantha, ¿puedes venir?- digo sabiendo que ya no hay vuelta atrás.

Levanta la mirada con cuidado, su largo pelo rubio la tapa un poco los mofletes y parte de su ojo derecho pero aún así se que me vuelve a mirar y se prepara al igual que yo para tener la dichosa conversación que deberíamos haber tenido el mismo día que pasó cuando volví del Murph, pero ni ella me vio llegar ni yo estaba pensando en ella cuando me quedé dormido en la cama nada más llegar.

-Hugo- dice con un hilo fino de voz.

Tose aclarándose la voz mientras se acerca al sofá y yo paro el capítulo que había dejado de hacerle caso desde que sus llaves sonaron.

-Hugo- vuelve a decir más claro-, yo solo quiero pedirte perdón.

Se queda al otro lado del sofá, ella apoyada en el cabecero por el lado opuesto y en la esquina contraria, al igual que si hubiese un muro que la impidiese cruzar hasta mi y una red que la frenase acercarse un poco más.

-No pasa nada- digo bajando la mirada arrepentido de haber empezado la conversación.

-¿Seguro? En serio perdón- dice poniendo una mano en su pecho.

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