23. Incendios marinos

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Arde. El roce de sus labios con los míos se sienten como fuego puro. Cada caricia que da por mi cuerpo desde mi nuca hasta la parte delantera de mi cuello son iguales a pequeñas brasas. Allá por donde va dejando rastro de ella en mí empiezo a notar el frío del tacto pidiéndola más, rogándola que no se vaya aún después de todo lo que nos ha supuesto llegas hasta aquí.

Es ella quién ha tomado la iniciativa de venir a por mí cuando yo estaba apunto de marcharme. Ambos nos hemos besado sin importar quien pudiese vernos o lo que vendría después. También ha sido ella quien ha levantado la mano a detener un taxi y la que le ha indicado una ubicación que al llegar se qué es su propia casa solo con verla desde el portal. Empujado por su mano, más bien tirando de mí, he subido hasta el piso al cuál hemos tardado en entrar ya que mis besos por su cuello la impedían abrir la puerta nublando todas sus capacidades a la hora de introducir la llave en la cerradura e incluso tirándolas al suelo.

Al entrar el estrepitoso ruido que hace con las llaves hace que ría igual que una niña pequeña mientras que yo me agarro de las tiras de su vaquero donde debería de ir un cinturón, ayudándome así a cerrar la puerta con un movimiento de pie que provoca un pequeño portazo volviéndola hacer reír inocente. 

Muerde sus labios mirándome a la cara, esperando a saber cuál va a ser el primer movimiento por mi parte. Apoyo mi espalda en la puerta y aún con los dedos en las tiras de sus vaqueros la atraigo hacia mí para besarla con más ganas que antes, notando como mis labios son perfectos a los suyos a la vez que sus manos empiezan acomodarse en mi cuello. Una de ellas acaricia el pelo de mi nuca que me hace soltar un pequeño sonido gutural ante el gusto que siento, la sensación de calidez se expande por todo mi cuerpo al ser ella quien está apoyada sobre mí y no cualquier otra persona. 

Pongo mis manos en su cadera levantando un poco la estrecha camiseta azul notando su piel, siento como por un segundo parece parar ante mi gesto, pero cuando sus besos se vuelven más profundos haciendo que su lengua juegue con la mía sé que no hay vuelta atrás. Una de su manos se empieza a colar por la desabotonada camisa que me he puesto a causa de Samantha, seguramente ella sabría como íbamos acabar porque efectivamente Eva se divierte desabrochando mi camisa con una sola mano perfectamente. Al tacto de su mano en mi abdomen muerdo su labio evitando soltar de nuevo ese pequeño ruido interno. Noto como se dibuja una sonrisa en sus labios cuando los sueltos.

Su frente se junta a la mía para terminar por quitarme la camisa y cuando esta cae con ayuda de los dos mis labios van directos a su cuello dejándola que toque todo mi torso desnudo. Es su mano la que me empuja hacia atrás para impedir que siga absorbiendo cada uno de los pequeños espacios de su cuello. Moja sus labios de una manera juguetona y de nuevo tira de mi mano para guiarme a otro lado de la casa. No paro a coger mi camisa ya que las ganas de seguir conociéndonos cuerpo con cuerpo son inmensas, me limito a ser llevado por la hipnosis.

Su habitación es de un blanco roto donde se ven algún que otro poster de películas que son clásicos así como también gran cantidad de vinilos o cd's de música que desconozco por completo. 

Llamando otra vez mi atención Eva se acerca a mí para ser ella quien bese mi cuello, el lado sin tatuaje ya que el otro lo toca con delicadeza. Sin pensarlo tiro de su camiseta hacia arriba haciendo que cada vez quede menos ropa entre nosotros. Sus besos me llenan cada parte de mí mientras yo recorro los lugares que no había visto, un pequeño tatuaje que desconocía y otros tantos lunares perfectamente colocados formando algún tipo de constelación si los unes.

En la oscuridad del cuarto parecen empezar a saltar chispas entre nuestros cuerpos, nos convertimos en puro fuego consumiéndonos vivamente conscientes de que mañana podemos ser únicamente cenizas si es que el viento no se nos ha llevado. Dejamos que todo ocurra, sin llamar la atención de nadie, el cuarto se quema con nosotros y no queda lugar sin recorrer de esas pequeñas paredes. Sus besos me marcan al igual que la quemadura de un cigarro y yo hago un esfuerzo por ejercer el mismo efecto en ella que pese a tener el mar dentro de sus ojos por fuera se ve del color de las llamas dejándose quemar por mi, mis roces y besos. Nos quemamos, pero no nos quedamos con la duda de que habría pasado si el incendio se hubiese dado.

En todas partesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora