11. Ascensores movidizos

482 41 11
                                    

Con tan solo abrirse las puertas del ascensor donde el silencio reinaba ante la inquietud de Eva por mi mirada, el bullicio de la planta donde debe estar Samantha me hace estremecerme. No me gustaría nunca trabajar en un sitio como este y mucho menos en esta zona donde hay prisa por absolutamente todo. Eva sale antes que yo y me limito a seguirla llamando la atención de aquel que levanta un segundo la mirada de la pantalla o los folios que tienen delante y se queda con la vista clavada en mí siguiéndome en mi recorrido por el pasillo hasta una de las oficinas del fondo donde las persianas tapan todos los cristales impidiendo que nadie pueda mirar lo que pasa dentro. 

Los nudillo de Eva golpean la puerta del despacho y mi pecho se choca contra su espalda ya que el estar mirando absolutamente todo lo que pasa en la oficina, los dedos que teclean rápidos en los teclados y la gente que murmura o se codea al verme me ha distraído de mi camino. Toco su hombro intentando disculparme cuando Sam dice un adelante que nos da paso a entrar y que la tortura que Eva aparenta estar pasando junto a mí de fin. Cuando pasamos la primera persona o más bien la única a la que espera es a Eva que sin levantar la vista de su papel le señala el asiento de enfrente suya para que espere a que acabe. Ella sin rechistar hace caso dejándome a mi a cargo de cerrar la puerta y como si de un bicho se tratase, cuando Sam ve el color de mi mono en mis piernas con las botas atadas lo más fuerte que he podido esta mañana, levanta su cabeza tan rápido que tiene que llevarse una mano al cuello por el dolor que le produce.

-Ay dios, que tirón- se queja con los ojos cerrados apretados mientras se frota el cuello.

-Normal hija, ni que hubieses visto al espíritu Santo- la señalo mientras empiezo a mirar las cosas de su oficina.

Eva se ríe llevándose su pequeña mano a la boca que intenta disimular dándose pequeños golpecitos en la nariz pero la sonrisa en sus labios es visible y hace que se dibuje una en mi cara al verla.

-¿Se puede saber que haces tú aquí?- dice Sam abriendo un ojo.

-Pues...- empiezo a decir siendo cortado por ella misma.

-No, no, espera, ¿por qué llevas esas pintas?

-Déjame que te cuente que eres una impaciente- con sus suspiro abre los ojos para mirarme directamente mientras me apoyo en uno de los muebles-. Mira, verás pues el cabrón de mi jefe hoy como siempre ha venido cuando ha querido pero esta vez ha intentado engañar a un cliente y no ha podido por mi culpa entonces me ha regañado como si fuese el dueño.

-Lo es- dice Sam sonriendo falsamente.

-Si, lo que tu digas pero pasa menos horas allí que tú en casa vamos. Y el caso es que me ha dicho que si no me gusta que me vaya- sonrío ampliamente mirándola mientras Eva se gira hacia mí.

Samantha abre la boca poco a poco sorprendida entendiendo que he decidido irme y sus ojos se dejan ver algo más la blancura que tienen mientras Eva simplemente alza las cejas dilatando sus fosas nasales con los labios sellados viendo mi absurdo rostro en el que para mi reflejo soy libre y para ellas soy gilipollas. Sam se levanta para ponerse en la parte delantera de su mesa junto a Eva.

-Hugo dime que no has dejado el trabajo, que es broma por favor te lo pido- me suplica con sus manos juntas.

-Lo he hecho, lo he dejado porque era insoportable y estaba yo solo ante todo además ese tío no pensaba contratar a nadie más, solo pensaba en forrarse.

-¡Estas loco!- dice apoyándose en la mesa- ¿Qué vas hacer ahora? Hugo que vives en Madrid que aquí el dinero cuesta y no es fácil hacerse con él.

-Bueno, encontrará algo seguro Sam- le dice Eva poniendo su mano en el muslo de esta-. Tranquila.

-¿Algo? Pero mírale, si hace lo que quiere siempre- le dice a Eva acusándome con su mano izquierda.

En todas partesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora