10. Todo perdido

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Puede ser que fuese el primer día que dejase el móvil con sonido y en el bolsillo de mi mono, incluso con la excusa pensada para si me llamaba Samantha decirle a mi jefe que era una llamada urgente que estaba esperando todo el día a ella. La idea era avisarle antes de que sonase el teléfono pero no se esforzó en aparecer hasta las cuatro de la tarde dejándome completamente solo con todos los clientes que venían inventándome que él estaba ocupado con temas familiares y era yo el único que podía hacerse cargo de todo el negocio. Definitivamente si ahora yo le decía que dejaba el trabajo él tendría que echar el cierre porque un trabajador que aguante tanto como yo no lo encontraría, sin querer presumir. La llamada de Samantha coincidió con su llegada por lo que me tocó posponerla para no hacerle, pese a todo, ese gesto feo de interrumpir su charla sobre cómo se pintaba el final de la semana. Si conseguía llegar vivo al viernes noche iba a ser un logro porque un amigo suyo vendría mañana y el coche por lo que había visto él, cosa de lo que me fío bastante poco, me supondría toda la mañana o la tarde. Con sus habituales palmadas en mi espalda volvió alejarse dejándome de nuevo liado con un coche al cuál debía darle las últimas rematadas ya que había dicho a su dueño que viniera en una hora que ahora eran tan sólo diez minutos. Miré el móvil a escondidas de mi jefe para intentar saber si Sam había dejado algún mensaje en el buzón de voz o en whatsapp pero nada, había llamado y como le había rechazado la llamada se había dado por enterada de que no era el momento idóneo.

En menos de cinco minutos termino con el último arreglo y como si mi suplico de cansancio le hubiera hecho aparecer el cliente se asoma por la puerta para acercarse a mi un tanto tímido.

-Pase, pase, justo acabo de terminar- digo acercándome a darle la mano.

-¿Está todo ya? No necesitas más tiempo.

Tiende su mano para apretarla con la mía pero cuando veo la suciedad incrustada hasta en las uñas niego con la cabeza arrepentido por las pocas ideas que tengo y lo malas que llegan a ser algunas veces.

-Perdón, mejor no que tengo la mano que pff- resoplo limpiandola en un trapo que cuelga de mi cintura.

-Tranquilo, es normal, trabajando aquí lo raro sería estar impecable- ríe golpeándome con su codo.

Río ante su comentario cuando por coincidencia sale mi jefe vestido con el mono para hacer ver al público que él también trabaja aunque lo único en lo que trabaje sea en asegurarse que el dinero es el que tiene que ser. Exclamo con la cejas y miro al cliente que tendrá treinta años pero un aspecto bastante juvenil y que también me mira tras ver a mi jefe.

-Lo raro sería que él no lo estuviera- digo yo susurrando mientras me acerco al coche para mostrar que todo va bien.

El cliente se ríe con una sonora carcajada llamando la atención de mi jefe que corre acercarse al saber que hay una persona a la que sacar el dinero y empieza con su habitual forma de exagerar las cosas aunque vaya a resultar todo inútil por mucho que le diga que ha costado el triple los arreglos o ha sido casi imposible y sin nosotros esté coche no volvería andar, cuando el chico vino yo ya le dije más o menos una estimación de cuánto sería.

-Así que va a subir mucho más de lo que nos imaginábamos, ¿verdad Hugo? - dice mi jefe llamándome a su lado.

-Si bueno, es que... - intento decir.

-De normal habrían sido unos ciento cincuenta pero ahora lo pongo en ochenta más yo creo.

-Jefe... -vuelto a intentar hablar.

-¿Vas a pagar con tarjeta? Ve a por el datáfono hijo.

-Disculpe pero es que el ya me dijo que iban a ser ciento cincuenta y que tenía fácil solución antes de que me fuera mientras lo arreglaba- dice por fin el cliente.

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