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—¿Pensaste que nadie se daría cuenta?—bufó, engreído por sus palabras.

—Kislev... no sé de lo que hablas.

—Oh, claro que lo sabes—repitió y se cruzó de brazos, viéndose más imponente que nunca—. Lo quieres asesinar. Desde un principio lo supe, incluso, desde antes.

Silencio.

—¿Crees que él no se dio cuenta?—preguntó—. Vellty, aquí nadie es estúpido. Que tú lo seas no quiere decir que los demás también.

—No sigas...

—¿Que no siga qué?—sonrió de forma inocente—. No puedes matar a Snyder, niña, ni siquiera sabes si quieres hacerlo.

Y, así fue como sentí un golpe en el pecho. Justo en la herida que ardía en lo más recóndito de mi cuerpo. Golpes, y no físicos, sino mentales, eran los peores. Me afectaban tanto que no sabía qué hacer.

—¡¿Qué sabes tú lo que yo quiero?!

Me encontraba molesta, enfadada con la vida, con Kislev, con Snyder, conmigo misma ¿cómo me venía a decir las cosas así?

—Querida, ni tú misma lo sabes.

—¡Entonces no vengas y digas estupideces!

—¿Estupideces?—frunció el ceño—. ¿Es una estupidez eso de que quieres matar a Snyder porque supones que asesinó a tu padre? Dime, Vellty, ¿es eso una estupidez? O que seas tan ingenua como para no ver a otra dirección.

Silencio, nuevamente.

—Todos están conscientes de tu estúpido plan. ¿Crees que aceptar a la ligera tu nueva vida no se les hizo extraño? ¿Crees que tu odio repentino por él tampoco se mostró extraño? ¿Porqué crees que medio internado no te dirige la palabra? ¡Porque te estaban probando, niña! ¡Lo siguen haciendo! ¡Todos piensan que eres una traidora!

No dije nada, era la primera vez que él decía tantas palabras juntas. Y una de las veces donde yo no sabia dónde demonios meter mi propia cabeza.

—Solo esperan la falla, esperan tu fracaso para mandarte a la hoguera—amplió su sonrisa.

—¡Claro! ¿Al igual que a mi padre, no?—y Kislev seguía sonriendo.

¿Por qué sonreía?

Te descubrieron, niña.

Oh, mejor dicho, nos descubrieron.

Mentirosa, Vellty, mentirosa.

Sentía que iba a colapsar, literalmente, estaba por caer. Me sudaban las manos, y la presión en la sien la tenía palpitante.

No me quedó de otra que recordar aquel momento, los días antes de la muerte de mi padre. Donde creía que todo era una historia inventada por él, que quizás solo estaba jugando conmigo, como siempre lo había hecho.

Y regresé dos mes antes.

Mi padre acababa de llegar a la casa. Tenia el rostro lleno de sudor y la preocupación palpable. No vervalizó ni una palabra, sino que fue directo a su despacho. Yo, inconscientemente, lo seguí.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora