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—Pellizca mi brazo—pidió Wilre cuando entramos al coche—. ¡Esto es de grado 33, Danforth! ¡Pillezca mi jodido brazo!

—¿Eh?

—Es que quiero descartar la idea del sueño, esto parece un sueño.

—No es un sueño—le golpeé la cabeza, ella se quejó e hizo una mueca divertida—. ¿Ves?

—Venga, ahora si, me emocioné más de lo necesario.

—¿Primera vez fuera del internando?—no creía que nunca hubiera salido de esas cuatro paredes. Y si era así, vivió presa durante toda su vida.

—No, claro que no. Pero es mi primera vez después de tanto tiempo—explicó.

Asentí y no volví a sacar el tema.

Desde que salimos del despacho de Snyder, Wilre no paró de gritar como loca por la emoción durante toda la tarde. Diciendo que debíamos ir en busca de un auto para salir a cualquier parte, así sea para ver paisajes vacíos. Tuvimos que posponer su idea para el día siguiente porque yo me encontraba agotada mentalmente, y el día siguiente llegó mucho más rápido de lo esperado.

Conducía por la solitaria carretera; el cielo decorado por nubes grises y el viento anunciando que pronto sería febrero. Un día común y corriente para cualquier persona del mundo, un miércoles donde hombres y mujeres salen a trabajar para sustentar hogares, rigiéndose por los mandatos de un gobierno para tener equidad.

Tonterías.

—¿Vamos a Bretwood?—preguntó la chica cuando un gran cartel con la siguiente inscripción se hizo parte del paisaje:

Bienvenido a Bretwood.

—Sí—contesté y seguí conduciendo.

—Anny—llamó un poco más bajo, casi en un susurro—. ¿Qué es eso de los cines?

Miré mis nudillos, pensativa durante unos segundos.

—¿De verdad no sabes lo que son?—pero que pregunta más estúpida ¡era evidente que no!

—No—casas y edificios comenzaron a aparecer, y Wilre tenía la vista puesta en cada detalle, como una niña pequeña—. Akiro me habló mucho de ellos. Iba con su novia a ver películas casi todos los fines de semana, me dijo que era un lugar para escapar de la realidad y mandar a callar a las personas.

—Buena descripción—reí,—también para comer palomitas de maíz con extra mantequilla. Solía ir con Ailey cuando no tenía nada que hacer.

Ailey, suspiré al nombrarla. A pesar de todas las mentiras, fue una gran amiga. Quizás todo era una actuación para que yo depositara mi confianza en ella, o no sé, pero los recuerdos que me guardé son especiales.

—Ah, ibas con ella—pronunció en tono agrio.

—Creí que realmente la conocía ¿sabes? Pero me equivoqué—negué para mí misma mientras buscaba lugar para estacionar.

—Equivocarse es parte de la vida. Yo también me he equivocado. Muchas veces. Más de las que quisiera nombrar, pero gracias ello, sé lo que debo y no hacer. Recargo mis energías y recuerdo lo divina que soy, así sobrevivo.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora