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Luz. Murmullos. Pisadas. Puertas. Humedad. Una profunda oscuridad, un hueco sin salida y nada a los alrededores. Solo oscuridad. Y nuevamente la claridad, o algo muy similar: una luz que cegó mis ojos sin ni siquiera mover las pestañas. Entonces, sentí un martillazo que penetró mi cabeza en el intento de abrir mis ojos.

—¡Gloria a Satanás!—gritó una conocida voz.

Cuando logré abrirlos por completo, con algo de dificultad, quedé pasmada en el desconocido lugar donde me encontraba, en una incómoda posición y con dolencias en mi cuerpo. Cada parte de mi anatomía gritó cuando intenté moverme, quería tocar mi palpitante cabeza, pero no pude. Unas cadenas rodeaban mis muñecas y mis tobillos impidiendo que pudiese articular un simple movimiento.

Mi respiración se agitó cuando detallé de polo a polo el lugar: cuatro paredes blancas con manchones negros muy parecidos al carbón, un bombillo amarillo en el medio del techo que pronto pasaría a la otra vida al explotar, una puerta marrón y nada de ventanas. Se esparcía un ambiente pesado por lo pequeño del sitio. Consideré gritar al sentir otro martillazo en la cabeza, pero la persona delante de mí hizo una señal con los ojos para que hiciese silencio.

—A mí también me duele, no hagas escándalo—pidió Wilre.

—¿Qué pasó?—pregunté, algo confundida—. ¿Dónde estamos?

Wilre formó un puño con su mano derecha y logró llevarla un poco más arriba de su cabeza, como si buscara señales con las manos.

—No me preguntes qué pasó... porque no lo sé—respondió cerrando sus ojos. Ella también estaba encadenada, con el vestido rasgado y el cabello vuelto una selva. Estábamos muy cerca, pero presas y con posiciones nada favorables para el cuerpo—, pero sí creo saber en qué punto estamos.

—No entiendo nada.

Ella continuó con voz analítica y la mano a la misma altura:

—Al sur, no muy lejos de Bretwood... en la parte alta de algo... umh... ¿lo oyes?

—¡¿El qué?!—una desesperación me invadió y el estómago se me revolvió. No sé si fueron los nervios. La situación. O porque presentía que la muerte me respiraba en la nuca.

—El pájaro, estúpida—contestó como si fuese evidente—. Solo he escuchando el canto de ese maldito pájaro en el instituto.

—Pueden haber pájaros por todo el mundo, Wilre.

—Anny, cálmate, ¿quieres?—blanqueó sus ojos y retomó su explicación—: Ese pájaro solo lo escucho en las mañanas cuando está cerca el verano, suelen venir y cagar el césped en sus vacaciones. Y fíjate, estamos en mayo, y ese canto no ha parado desde que desperté hace como unas... cuatro horas.

Aunque ella tenía su extraño punto de aves que defecan... mi cabeza no paraba de doler, pensaba miles de cosas a la vez, y una de ella eran mis mareos.

Wilre se veía tan tranquila.

Yo me volvía a desesperar.

Ella miraba un punto fijo, concentrada.

Yo no sabía qué mirar, y el bombillo me molestaba.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora