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Salí del salón de anatomía humana con cara de pocos amigos. Nadie se atrevió a dirigirme la mirada cuando me levanté a mitad de clase sin decir nada. Solo me fui, como de costumbre.

Había transcurrido una larga y pesada semana desde que sentí que el mundo se me venía a los pies. Y todo parecía ir... normal. Excepto por los licaones y mi persona. Me enteré por boca de Smok que cuando le contaron a Akiro lo sucedido, él solo cerró sus ojos. No habló. No reaccionó de otra manera que no fuera la calma, para que al día siguiente desapareciera y se armara la tercera guerra mundial en la Orden porque uno de sus internos se había ido. Luego de un largo día preocupados por el asiático, nos dijeron que estaba en Japón y que no teníamos porqué estar preocupados.

Sin embargo, nos seguíamos preocupando. Locos, y preocupados. Una combinación nada buena.

Ahora no solo hacia falta Wilre, sino también Akiro. Sentía que la energía de los licaones estaba cruzando la raya de la tristeza.

Lo peor era que el mundo parecía seguir girando normal, a nadie le sorprendió cuando Snyder anunció la muerte de su hija en el auditorio, el mundo seguía su ciclo como si nada.

Las palabras que utilizó Snyder ese día me subieron la colera, habló como si le importara muy poco la situación:

Mi primogénita ha fallecido, pero no duden en continuar con su labor y dejar en orgullo sus apellidos.

Como si eso tuviera importancia.

Malditos apellidos.

Malditos locos.

Maldita vida.

Fue tan descarado que ahí mismo afirmó lo que Ailey me dijo aquella mañana en el lago. Los padres de Wilre iban a renovar sus votos en unas cortas semanas, sin importarles nada, ni el luto de la recién fallecida.

Bufé de solo pensarlo.

Y, mientras subía las escaleras, la figura de una persona me detuvo.

—Al despacho—ordenó el señor Danforth dirigiendo una mirada de desaprobación a mi persona.

—No—negué.

Era la tercera vez en la semana que él intentaba hablar conmigo, pero yo no quería oír más mentiras.

—No fue una pregunta, al despacho ¡ahora!—rugió.

Temblé al sentir su molestia. Él nunca me había hablado tan fuerte.

No tuve elección y a regañadientes caminé hasta el despacho que ahora era de él. Al parecer Snyder solo esperaba la llegada de Danforth para agarrar sus cosas y mudarse al despacho de al lado.

—¿Qué quieres?—pregunté, quedé de pie mientras él, muy relajado, se sentó y apoyó sus codos en el escritorio.

—Primero; más respeto. Y segundo; siéntate—ordenó.

Rodé los ojos y obedecí.

Mi padre asintió satisfecho.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora