36 - Tercera parte

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En toda mi vida, solo había ido a la iglesia tres veces.

Las pocas veces que fui, el señor de bata blanca se expresó con tanto fervor, disfrutaba estar allí arriba y hablar sobre los versículos de la Biblia, las historias de grandes hombres que fueron iluminados, y de aquellos que no tuvieron tanta suerte como otros. No voy a negar que la primera vez que pisé aquel templo ubicado en Bretwood, pensé que estaba en un verdadero castillo. Todo se veía tan majestuoso e impresionante, y cuando mi madre me susurró en el oído:

—Este es el hogar del señor, él nunca te fallará.

Supuse que se había vuelto loca, y la verdad era que sí lo estaba. Una señora nada religiosa hablando de cosas del señor, nunca la juzgue por nada, pero ella tenía cucarachas muertas en la cabeza, algunos bichos raros fundiendo sus neuronas y comiendo cada uno de sus sesos.

No era una imagen nada agradable.

El caso está en que, yo nunca llegué a creer en ese ser universal que pintaban los religiosos. Me decía a mí misma que no podía idolatrar a alguien que no veía, porque en mi cabeza no existían las razones para amar a otros que no fueran mis seres queridos.

Primer aviso, ellos me fallaron.

Desde que descubrí la verdad sobre la supuesta muerte de mi padre, mi cabeza no paraba de dar vueltas, y se planteaba una y otra vez que la causante a mis pesares era mi madre. Y de cierta manera lo era, ¿a quién se le cruza por la cabeza matar a su esposo? Solo a psicópatas. Y suponía que mi madre no era una loca, pero lo terminó siendo.

Sin embargo, la carta en las frazadas de mi cama, me hizo caer en cuenta que mi padre no era ningún santo a quien rezarle, porque también era un mentiroso, un psicópata, ¿matar a tu verdadera primogénita? ¿Por qué querría él hacer tal cosa? ¿Realmente estaba así de loco? Y cuando la verdad salió a la luz, y descubrí que él estaba vivo... me sentí el triple de patética.

Yo solo quería tomar la justicia por los cuernos y dominar al toro.

No sabía que el camino iba a estar tan torcido.

No sabía que las mentiras venían disfrazadas con empaques hermosos.

Era una ingenua creyéndose superior.

Pero, todos estos pensamientos confusos, cobran sentido cuando recuerdo las palabras de mi madre: este es el hogar del señor, él nunca te fallará. Porque ella sí tenía razón en algo.

Y repito, todos me fallaron en algún momento.

Mi padre, principalmente por su extraña locura. Y sus incontables mentiras.

Mi madre, por no pensar en lo que realmente nos convenía a ambas, porque ella debía pensar en mí antes que nada.

Ailey, solo por... ser Ailey.

Inclusive, Hennings me falló al estar junto a un monstruo como lo era Roger Danforth.

Pero, ese señor a quien decían llamar Dios, no lo hizo.

Rezé lo poco que sabía en mi cabeza, para que al voltear una bala no fuera a atravesar mi sien.

Y sonreí ante la presencia de un agradable rostro conocido.

—¿Y me dejas a mí por estar con él?—Lenintog negó con su cabeza haciéndose el dramático y luego suspiró apoyándose del árbol con su mano derecha, viéndose cansado.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora