¹⁸: ᴇxᴛʀᴀ²

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—¡Kenma!

—¿Qué? —respondió desde su silla gamer dónde estaba terminando un ensayo para su clase del próximo martes.

—¡Kenma!

—¡¿Qué?! —preguntó de nuevo, más alto.

Desde que empezó su segundo año en la universidad, él y Kuro empezaron a vivir juntos en un apartamento pequeño cerca de la universidad. Pagado por sus padres y el trabajo de medio tiempo de ambos les compro varias cosas—unas innecesarias, otras no—para hacer de él su hogar.

Tiempo después de haberse graduado y no pudiendo quedarse ahí, se mudaron a un edificio de microapartamentos pero era mucho más económico y algo que ambos podían costear con sus trabajos—y no ser unas cargas para sus padres. Aunque Kenma había comenzado a tener más entradas de dinero por medio de YouTube, aún no era suficiente para pagar algo mejor, menos cuando el menor se hallaba haciendo una especialización que le costaba casi todo lo que ganaba al mes.

El apartamento apenas tenía un baño—demasiado pequeño para poder permitir que alguien más se lavara los dientes mientras el otro orinaba—, una cocina miniatura que sacaba de quicio a Kenma cada que iba a lavar los platos—se negaba a cocinar y quemar el apartamento—, la única mesa que había estaba en el diminuto balcón junto a dos sillas—una de ellas inutil, Tetsuro la había roto la primera vez que se sentó en ella— un sofá a punto de romperse y una habitación con dos camas—aunque en realidad juntaban ambas y dormían juntos, por lo que podía considerarse una cama sola.

A pesar de que ninguno estaba acostumbrado a vivir de esa manera—siempre fueron niños acomodados—era el primer lugar que habían conseguido con su propio dinero y aunque no fuese mucho, era de cierta manera un orgullo poder estar ahí sin tener que depender de nadie más que ellos mismos. Eso y sus padres no sabían—ni tenían el derecho de saber—el código de entrada, de esa manera siempre tenían que avisar cuando se querían pasar por ahí. No era cuestión de privarles las visitas a ellos, más bien era cuestión de conservar su privacidad—porque al fin se acobardaron y nunca, en los cinco años que llevaban saliendo, dijeron algo más que a Kaori y sus amigos.

Kenma ya estaba harto de estar escabulléndose con Kuro por ahí sin que su familia supiera que sentían el uno por el otro, asombroso como suena, él fue el primero que se armó de valor y le dijo a Kuro que fueran a cenar con sus padres y les dijeran que sucedía. Afortunadamente ambos ahora eran totalmente independientes y lo peor que podría pasar... era las personas a las que más quería, lo miraran con desprecio. Su pesadilla hecha realidad. Pero, al menos tenían sustento y...

Eso era importante, ¿no? Pero había cosas más importantes como: ¿cómo seguiría su vida sin sus padres? Porque no era solo el aporte económico de ellos lo que llevó a Kenma a ser quién era y si perdía eso, era como perder su brújula o la seguridad de siempre tener una pared para apoyarse cuando la vida le diera tantas vueltas que se mareara...

Así que eso no podía salir mal. Tenía que salir bien. Iba a salir bien.

Al final, Kuro no respondió y le tocó levantarse, salir de la habitación hasta la sala y ver a su novio en medio de la sala mirando algo entre sus manos. En el fondo, Kenma sabía que era eso entre las manos de Tetsuro, pero quería que él mismo se lo dijera.

—¿Qué pasó? ¿Qué es eso? —Kuro se volteó lentamente y abrió sus manos para que Kenma también pudiera ver que tenía. Era un gatito. Precioso. Innecesario y necesario al mismo tiempo. Había pasado menos de un minuto y ya se había enamorado de la pequeña pelusa negra entre las manos de Tetsuro.

—¿Podemos quedárnoslo? —preguntó incluso cuando ya sabía la respuesta. Este era el segundo gato que Kuro traía a casa en menos de un año.

ʀᴀᴍÉ |ᴋᴜʀᴏᴋᴇɴ|~ •ʜᴀɪᴋʏᴜᴜ!•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora