Capitulo 13.

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El Soldado.


—¡Vamos, despierta!

Abro los ojos.

La puerta de la cabaña está abierta dejando entrar el rayo de luz del día, bajo el marco de ésta se encuentra Alan, quien me arroja a la cama un uniforme envuelto en una bolsa transparente.

Me cubro la cabeza con la sábana lidiando con el calor, ya que el aire acondicionado no está encendido y el sol alcanza a llegar a mi dirección.

—¡Apestas! —me chilla Alan sobre el oído y la sábana me la arranca de un tirón— Tengo la nariz irritada por tú culpa, apestas a detergentes.

Tengo la boca seca y la saliva pastosa, aún estoy medio dormida cuando me apoyo sobre la cama. Suelto un gran bostezo a la vez que me masajeo la cara.

Es sábado y tengo las manos ásperas, los dedos arrugados y las uñas raspadas, y esa es la consecuencia de haber limpiado la cafetería. El triple de mesas, el doble de platos sucios y la cocina, y aunque las cocineras decían que eso era poco, yo sentía que me acumulaban las cosas y solo se aprovechaban.

—Levántate, tira esa ropa a la basura y vístete.

Me dice Alan, quien de brazos cruzados me señala el uniforme con la cabeza. Es un uniforme de Soldado. Es mí uniforme.

—¿No te piensas salir? —pregunto para desviar su atención.

—¿Y tú no te piensas bañar, pueblerina? —responde a cambio— No sé si no estás acostumbrada a bañarte, no sé si en el pueblo lo hacían, pero aquí es muy normal, te comento.

—Es normal para todo el mundo, Alan.

—No me digas —dice con sarcasmo.

Pongo los pies en el piso y tomo el uniforme, busco una toalla y el cepillo de dientes que me obsequió Lilian. Alan se ve un poco más impaciente dándole toquecitos con el pie al suelo.

—¿Te quieres mover rápido al baño? El Capitán se molestará si llegamos tarde y serás tú la que reciba otro castigo.

Ni siquiera me permite digerir las palabras, ya que me toma del brazo y me arrastra al baño alargando un «¡Mueveteee!». Luego cierra la puerta.

Aseguro con pestillo y empiezo a quitarme la ropa, anoche estuve tan exhausta que ni siquiera me preocupe en cambiarme, pero antes de arrojarme a la cama, estuve a tiempo de recordar usar la pomada de la señorita Bruce.

Observo por el espejo la puerta detrás de mí. Tengo el presentimiento de que Alan ya está al tanto de mi pelea con Kendall, no por nada dijo «Otro castigo», y tal vez lo mejor sea que yo le cuente mi versión de la historia.

Me ducho alejando el olor a detergentes y sudor, y, con mis arrugadas manos me coloco el uniforme.

Una camisa negra de cuello alto y mangas largas, pantalón al cuerpo y unas botas que me alcanzan las rodillas, la diferencia es que éstas no tienen bolsillos. El uniforme es cómodo, aunque un tanto caluroso, pero es justo como lo imaginé. Me trenzo el cabello y me lavo los dientes, mí reflejo en el espejo muestra dos bolsas bajo mis ojos y una gran mancha grisácea que casi se ve transparente, y todo gracias a que la pomada de la señorita Bruce surgió un efecto rápido.

Obviando esto, me veo exactamente igual a un Soldado. A un atractivo Soldado.

Abro la puerta y me sorprendo al ver a Alan revisando mis gavetas, los perfumes y la crema están sobre mi cama y en sus manos yace una de las fotos que deje sobre la mesita, la cual deja en su lugar en tanto me ve.

EXTINCTIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora