Capitulo 17.

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Última advertencia.


Pateo las esferas de cristal que están por el suelo en cuanto corro desesperada hacia el lugar en que se oyen sus gritos, esos desgarrantes sonidos de dolor que me erizan los vellos de la piel y me tienen con el corazón en la boca.

Miedo.

Sólo soy conciente del miedo que tengo y la adrenalina que me carga sudando mientras me muevo sin dejar de escuchar sus chillidos, la vista se me nubla y siento que voy a caer con cada traspiés que doy, pues el gas me ha dejado atontada y con una sensación de agotamiento que intento evadir hasta llegar a la jaula.

—¡Ayúdame! —pide a gritos Dina, desesperada, con el rostro pálido y las mejillas rojas, encharcadas de lágrimas— ¡Ayúdame, Alice!

Ella abre mucho la boca para dejar salir un desgarrante sonido del cual estoy segura que lo ha escuchado al menos la mitad del Sistema.

Mis manos y piernas se paralizan sin saber qué hacer, adónde ir o cómo moverse mientras que con la mirada busco un objeto, algo, cualquier cosa con la qué golpear a esa estúpida jaula con Aves dentro. Mi vista se enfoca en un largo y tubular objeto de vidrio cargado de líquido adentro.

No me detengo a pensar si es resistente o no, de inmediato lo tomo de la mesa dispuesta a golpear la jaula con él.

No hay tiempo para sopesar o ir en busca de más opciones, por ello, posiciono el tubo en mis manos como si se tratase de un bate de béisbol y golpeo con fuerza las rejas de la jaula, lo hago una y otra vez mientras mi amiga lucha por liberar sus manos de esas pequeñas Aves carnívoras.

No dejo de golpear hasta que oigo un crujido, y luego el tubo se vuelve añicos en mis manos soltando en todas direcciones fragmentos de vidrio mezclados con el líquido que éste tenía dentro, el cual es en realidad un ácido que me quema las manos, la ropa y todo lo que toca a su vez.

Los gritos de Dina comienzan a cesar y, en su lugar, los irritables chillidos de las Aves Cantoras se abren paso, las cuales dejando a un lado las manos de mi amiga comienzan a revolotear inquietas dentro de la jaula, atemorizadas al sentir el contacto del ácido que ha caído en ellas, la sensación de dolor que éste les causa.

Aliviada de que Dina haya logrado sacar las manos, las miro con preocupación y el estómago se me comprime al ver cientos de puntos rojos carmesí en ellas, con sangre brotando de cada uno de estos. Cierro con fuerza los ojos al imaginar el dolor que ha de estar sintiendo, sin embargo, la mirada de mi amiga está puesta en las Aves Cantoras, Dina no se fija en las quemaduras que tiene en la ropa gracias a que el ácido le ha salpicado, tampoco ha puesto la vista en sus rojizas manos.

Ella ve cómo las Aves Cantoras chillan de dolor, gruñen como si fuesen serpientes listas para atacar, cada que abren la boca dejan al descubierto una serie de pequeños dientes afilados. Oigo cómo cada una de ellas se desgarra la garganta con los gritos de dolor que sueltan, arrepentidas, deseando detener el dolor que les está causando el ácido.

Un ácido que velozmente acaba con lo que era un hermoso plumaje verde brillante, extingue cada pequeña pluma que había en ellas dejando nada más que huecos humeantes en los que se ve la irritada y rosada piel quemada.

Ellas no pueden hacer nada más que sufrir dentro de la jaula.

Intento no ponerles reparo y, tomando a Dina del brazo, la guío hacia la salida. No sé adónde ir o a quién pedir ayuda, pero llevarla lejos de este laboratorio es lo único que tengo claro.

Con paso acelerado, camino por el laboratorio en busca de la puerta, viendo por encima de mi hombro los ojos humedecidos de la rubia, no obstante, me veo obligada a parar cuando...

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⏰ Última actualización: Oct 15, 2021 ⏰

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