Capítulo 2

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El Palacio de Buckingham no era magnífico, era majestuoso

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El Palacio de Buckingham no era magnífico, era majestuoso. Lady Ámbar solo veía rojo y dorado, rojo y dorado por doquier: en las moquetas, en las puertas, en las paredes, en los tapices... Le sucedía siempre que visitaba a la reina, que se mareaba. Su familia había mantenido una estrecha relación con la realeza desde que tenía uso de la razón porque su tía, Eliza Hamilton — antiguamente Eliza Cavendish— regentaba el Ducado de Devonshire en memoria de su difunta tía, Audrey. La reina Victoria, como mujer que era, había favorecido a las hermanas Cavendish desde que supo que eran diferentes, como ella. Claro estaba que lo hacía desde las sombras y con la mayor discreción posible. ¡Las apariencias eran lo primero!  

—¿Estáis preparadas, niñas? —preguntó una nerviosa Georgiana, acomodando una arruga imperceptible en el vestido amarillo de Ámbar. No era amarillo del todo, no sería correcto porque era una debutante y no una mujer casada. Más bien era de color limón. Y le sentaba de maravilla: sus ojos grises resaltaban y su pelo negro, debidamente recogido en un moñete bajo, brillaba lustroso bajo las velas de Buckingham. 

—Mamá —Ámbar cogió sus manos. —Estás más nerviosa tú que nosotras —señaló con una sonrisa afectuosa. 

—Una condesa no presenta en sociedad a sus hijas cada día. Hoy se evaluará con lupa mi labor como madre perteneciente a la aristocracia y no quisiera defraudar al apellido Cavendish. 

—Peyton dirás, querida —la corrigió Thomas, el patriarca. Se acercó a su esposa y le colocó una mano sobre el hombro—. Lo has hecho bien, eso lo sabemos los miembros de la familia. Lo que piensen los demás, no nos interesa —la calmó con una sonrisa algo forzada. Forzada porque Thomas no era un hombre de sonreír asiduamente, pero con Georgiana se esforzaba a hacerlo—. Bien, joyas de Norfolk, nada de travesuras esta noche —Miró a sus hijas, que estaban esperando a ser anunciadas para presentarse ante la reina públicamente. —Comportaros como os hemos educado y no dejéis que ningún hombre se os acerque.

—¡Thomas! —lo regañó Georgiana—. Ya hemos hablado de esto, deben contraer nupcias como cualquier otra dama de la sociedad inglesa y no trates de impedirlo con tus archiconocidas argucias. ¿Acaso quieres ver a tus hijas amargadas y solas en Norfolk de por vida? ¡Deben encontrar el amor! Quiero decir —se corrigió a sí misma rápidamente, notando las miradas grisáceas y burlonas de sus hijas y su esposo sobre ella—, encontrar marido y formar una familia respetable. 

—Me gusta más cómo ha sonado lo primero: el amor —se atrevió a decir Rubí. 

—Nada de amor por esta noche ni en las consiguientes, jovencita —le advirtió su padre. Clavó su mirada gris sobre ella y ella se sonrojó de inmediato, abochornada por su propio comentario. 

—¡Lady Ámbar, lady Rubí y lady Perla del condado de Norfolk! —oyeron la voz del mayordomo real con tono ceremonioso. 

—Es el momento —dijo Georgiana, iluminando sus ojos grandes y verdes. 

Lady Ámbar y el Marqués de BristolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora