Capítulo 5

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Lady Ámbar supo que su salvador era lord Colligan en cuanto vislumbró sus ojos azules como el mar en mitad de las aguas oscuras

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Lady Ámbar supo que su salvador era lord Colligan en cuanto vislumbró sus ojos azules como el mar en mitad de las aguas oscuras. Jean trató de sacarla a flote, pero su miriñaque pesaba tanto con el agua, que ni siquiera un hombre de su envergadura era capaz de tirar de él. Así que no tuvo más remedio que deshacerle la falda con miriñaque incluido y dejarla en enaguas. Liberada, tiró de ella hasta la superficie y la pegó a su cuerpo. Ámbar sintió su cuerpo masculino envolviéndola, era duro como una piedra y cálido. ¿Por qué lo sentía tan cálido si estaban flotando en mitad de aguas heladas?  Percibió el olor de su jabón de afeitar o de su colonia, un olor intenso, diferente y erótico. 

—El niño —pidió ella en cuanto se deshizo del agua atorada en su garganta—. Por favor, el niño —suplicó indicando el punto en el que lo había perdido de vista—. Estaré bien, sé nadar —le aseguró al ver la reticencia en sus ojos. 

Jean asintió con un golpe de cabeza determinado y se zambulló de nuevo. Ámbar le suplicó a Dios que no tuviera que lamentar la muerte de un inocente esa noche; de ser así, no le quedarían ganas de seguir con la temporada y le rogaría a su padre que le permitiera regresar a Norfolk. No estaba acostumbrada a la vida en la ciudad; y aunque para ella no era nada nuevo la diferencia de clases en la que vivían, le asqueaba el modo en el que los londinenses la llevaban al extremo. En el pueblo sabían quién era quién y no hacía falta recordarlo a cada instante con desprecios y humillaciones como las que estaba presenciando allí. 

Los gritos de sus hermanas se oían desde la ribera, sabía que no se habían tirado tras ella porque ya lo había hecho Jean. Pero no sabía porque el resto de las eminencias presentes no habían movido ni un solo dedo para rescatar al pobre muchacho. Descartando a sus amigas, por supuesto. Allison, Anne y Scarlett no eran para nada altivas, de eso estaba segura. 

Para su alivio, Jean salió con el niño de las profundidades del lago. Pero la calma se evaporó tan rápidamente como vino en cuanto se percató de que el limosnero no respiraba. ¡Dios Santísimo! Con un nudo en la garganta nadó hacia la orilla junto a Jean y sacaron al joven a toda prisa para colocarlo de espaldas a la arena de Hyde Park y realizarle las maniobras básicas de salvamiento. 

—¡Un médico! ¡Un médico! —solicitó lady Meredith Brown, acercándose estratégicamente a Jean para aprovechar cualquier oportunidad de unión con el heredero. Se notaba a la legua que estaba fingiendo su preocupación y que solo se había dispuesto a ayudar para congraciarse con el acto heroico de lord Colligan. 

«¡Qué poca dignidad! —recordó Ámbar las palabras de Allison con rabia—. Y qué poca humanidad... —añadió al recuerdo».

—Abrid paso, yo soy médico —escucharon la voz de un hombre al que Ámbar reconoció al instante: su padre. 

Thomas Peyton maniobró con el accidentado hasta que este escupió una gran bocanada de agua y volvió a respirar. —¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Ámbar aliviada. 

Lady Ámbar y el Marqués de BristolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora