Cara a cara en el valle de los Hamptons. Así es como se encontraron Jean Colligan y lord Tyne. El uno era alto y el otro era bajo. Uno era hermoso y joven y otro era poco agraciado y mayor. Fuera como fuera, ambos estaban dispuestos a morir para dar dignidad al honor de un caballero.
El padrino de lord Tyne, lord Smith, llegó con las pistolas y se las entregó a Tim para que este las revisara.
—Tengo que admitir que me ha sorprendido, lord Bristol —dijo lord Tyne, serio y con la espalda erguida. De pie en mitad de la hierba empapada por el rocío y con el sol del amanecer alumbrando sus ojos marrones—. No esperaba que aceptara el duelo.
—No he venido aquí para departir con usted, lord Tyne.
—Desde luego que no. Las armas —pidió el hombrecillo a Tim.
—Caballeros —Se acercó el requerido—. ¿Quién ha cargado estas pistolas?
—Yo señor. Y creo haberlo hecho correctamente —Se estiró lord Smith—¿No está conforme con algo? —Lo miró con altivez.
—¿Qué significa esto, milord? —replicó Tim, introduciendo una varilla en el cañón y sacando un trapo mal doblado de su interior.
Alguien había puesto un tapón para que la pistola reventara en las manos de Jean y este errara el tiro y muriera irremediablemente, por supuesto.
—Dios es testigo de que yo no he sido —se indignó lord Smith.
—¡Y yo mucho menos! —Hinchó el pecho lord Tyne.
—Eso explicaría porque estaba tan mal atascado... —comprendió Tim—. Quizás haya sido su propia hija, lord Tyne.
—¿Cómo se atreve? Mi hija jamás jugaría con el honor de su padre.
—¿Está seguro de eso, lord Tyne?
Thomas Peyton, conde de Norfolk, llegó a la escena acompañado por su cuñado Edwin Seymour (el que fuera el esposo de la hermana mayor de su mujer).
—¡Duque de Somerset! —reverenciaron rápidamente los presentes al ver al viejo teniente de la armada inglesa. Edwin Seymour no solo era el duque de Somerset sino que era el padre del duque de Devonshire y un reputado hombre de palabra y militar consagrado.
—Lord Tyne, mi cuñado aquí presente tiene una información que puede que cambie el transcurso de los acontecimientos que estaban por desarrollarse —explicó Edwin.
—Usted dirá, lord Peyton.
—Es díficil de creer, pero lord Bristol es inocente de los cargos que se le acusan. Tengo motivos de peso para validar mis palabras.
—¿Y cuáles son si pueden saberse? Porque le recuerdo que es el honor de mi hija el que está en juego, milord.
—Y el de mi hija, lord Tyne —Thomas miró a Jean con profundo malestar—. El tiempo en que nadie lo vio es porque estaba con mi hija. Ámbar le confesó a mi mujer, la condesa, que estuvieron compartiendo algo más que una limonada en la soledad del patio de lady Catherine —explicó, tragándose la bilis que le borboteaba por la garganta—. Así que exijo que lord Bristol despose a mi hija en la mayor brevedad posible.
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Lady Ámbar y el Marqués de Bristol
Fiction HistoriqueRetirada para su venta. Cuando la temporada social empieza, Lady Ámbar descubre que su vida había sido fácil hasta entonces. Su carácter rebelde no le permite ser complaciente con ningún caballero por mucho que lo intente. Ella es díficil, pero tien...