Capítulo 14

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El calor de sus mejillas era tan intenso como el calor de Brian sobre su cuerpo

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El calor de sus mejillas era tan intenso como el calor de Brian sobre su cuerpo. Lady Christine Brown había desaparecido tras la ventana sin hacerles partícipes de su decisión: ¿contaría la verdad o no lo haría? 

En el caso de que lo hiciese, debería invitarla a pasar una larga temporada en su casa y Brian debería cortejarla formalmente. Sin saber por qué, aquello último la irritaba especialmente.

—Me gustaría saber por qué tiene tanto interés en salvar a mi hermano mayor —le susurró Brian cerca de la oreja, sin soltarla ni apartarse de ella. 

—Los Peyton somos gente honorable, lord Colligan. No me gustaría que un inocente muriera por la mentira de una dama desesperada. Ahora, si me disculpa —carraspeó suavemente—. Me gustaría recuperar la movilidad de mi cuerpo —pidió lady Rubí, arqueando su espalda hacia arriba con el objetivo de quitarse al joven de encima. 

Brian tardó un poco en hacerle caso, como si le gustara estar cerca de ella, cuerpo contra cuerpo. Cuando se separó, Rubí notó un frío invernal en su espalda y una ventisca gélida contra su corazón. Aquello había sido amor a primera vista. Sin duda. Uno era la leña y el otro era el fuego, estaban destinados a arder juntos y a morir consumidos por las cenizas. 

Solo que Brian no creía en el amor ni en las mujeres. 

Y solo que lady Rubí juraba estar enamorada de otra persona. 

—¿Cree que el florero confesará?

—No lo sé, lord Colligan. Pero ayudaría mucho que dejara de llamarla «florero».

—¿Está usted enfadada? —se extrañó Brian por el tono que había adquirido la voz de lady Rubí, instantes antes mucho más afectuosa y dulce. 

—¿Y por qué debería estarlo? ¡Qué absurdez! Si estoy molesta es porque siento que mis esfuerzos no han merecido la pena. Me tendré que ir como he venido: sin nada. 

Estaba molesta, enfadada por no haber logrado su objetivo, pero había otra parte de ella que deseaba mostrarse cortante con lord Colligan. Como si necesitara defenderse de las turbulencias de su corazón. Como si el hecho de que Brian se hubiera servido en bandeja a lady Christine le hubiera parecido una falta de respeto. 

—La vida recompensa de forma extraordinaria a quienes se entregan de forma extraordinaria, no diga que se va sin nada —le dijo el bandido de ojos azules. La miraba adivinando sus pensamientos y eso la enfadaba más. 

Se obligó a sonreír ante el repentino ataque filosófico de Brian con más cortesía que simpatía y miró hacia abajo, donde una preocupada Perla la estaba mirando fijamente y donde un apático Tim guardaba su monóculo en el bolsillo. 

—Será mejor que bajemos. 

—Sí, será lo mejor. Venga conmigo —Lord Colligan dio media vuelta sobre la rama con una habilidad extraordinaria y señaló sus hombros—. Cójase a mí, yo la cargaré. 

Lady Ámbar y el Marqués de BristolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora