Capítulo 11

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Lady Meredith Brown palideció al oír las noticias que su padre traía consigo: ¡lord Colligan había escogido el duelo!

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Lady Meredith Brown palideció al oír las noticias que su padre traía consigo: ¡lord Colligan había escogido el duelo!

Cuando ideó el plan, no imaginó que el crápula de Londres escogería arriesgar su vida antes que casarse con ella. Pensó que todo acabaría en un matrimonio y en una pequeña jugarreta hacia el hombre que se había burlado de ellas. Lord Colligan y su hermano las habían utilizado para luego dejarlas plantadas. No solo eso, sino que encontraron a Jean con lady Ámbar Peyton, besándose a escondidas. ¡Qué rabia!

Su padre, lord Tyne, andaba nervioso de una punta a otra de la mansión, preparándose para el duelo en el que... ¡podía morir!

—Cielito, tú no te preocupes por nada —dijo su padre al pasar por cuarta vez por delante de ella. Meredith se había quedado de pie en el recibidor al conocer la decisión de Jean, y no se había movido ni un solo ápice desde entonces. Estaba sumida en sus pensamientos y tenía sus ojos azules clavados sobre la misma puerta por la que había entrado su padre minutos antes—. Tu padre reparará tu honor y el de la familia —añadió con mucho orgullo el hombrecillo de pelo castaño y de estatura pequeña antes de desaparecer con lord Smith, un buen amigo de lord Tyne que haría de padrino en la contienda. 

Meredith asintió, muda. Y dio media vuelta lentamente para  regresar a su recámara. No sentía las piernas y el corazón le latía a mil por hora. ¡Cómo se atrevía lord Colligan a rechazarla! ¡A escoger a un duelo antes que a ella! ¡Qué humillación! Ese hombre merecía que su padre le disparara de un tiro certero en la sien. Pero, ¿y si su padre erraba el tiro? 

«Maldito canalla», maldijo para sus adentros entre que su vestido de organdí azul se arrastraba por la escalinata. Al llegar a la segunda planta, Meredith topó con sus remordimientos hechos persona: su hermana.

Lady Christine Brown estaba conteniendo sus lágrimas de impotencia. Pero sus ojos eran acusatorios, y la acusación iba dirigida hacia la hermana mentirosa.

—No voy a permitir que arriesgues la vida de papá por una mentira —le dijo con voz chillona.

—Shh —pidió Meredith, cogiéndola por los hombros con un movimiento rápido y apartándola del hueco de la escalera para que su padre no las oyera discutir—. ¿Qué pretendes? Si ahora cuento la verdad arruinaré mi reputación para toda la vida. Padre me encerrará en el campo y la sociedad me recordará como «la loca desesperada», caeré en desgracia. Y tú conmigo. Christine, no tienes nada más que tu apellido. Si lo enturbias, ¿crees que te casarás algún día? Estamos a un año de consagrarnos como solteronas oficiales, a lo sumo dos.

Christine tragó saliva y se miró de reojo en uno de los espejos del pasillo. No era bonita. Su pelo no brillaba ni era rubio como el de su hermana mayor. Tampoco tenía un rostro agraciado, su nariz era demasiado grande y sus ojos demasiado pequeños. No gozaba de una dote capaz de atraer a un caballero y sus padres no eran archiconocidos como los de otras damas. Aún con ello, con su fealdad y su soltería incluidas, no era capaz de vivir con la muerte de su padre sobre sus espaldas. A decir verdad, ni siquiera sería capaz de vivir con la muerte lord Bristol a sabiendas de que el hombre, por muy caradura que fuera, era inocente. 

Lady Ámbar y el Marqués de BristolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora