La diablura de las trillizas las llevó a intercambiar sus colgantes en forma de corazón antes de bajar del carruaje. Pensaron que si se colocaban correctamente los collares que correspondían a cada uno de sus nombres, se delatarían muy fácilmente entre los demás invitados y querían seguir jugando al «quién es quién» a modo de broma privada. Aunque para Ámbar esa broma fuera mucho más allá: despistar a Jean Colligan. No estaba invitado, pero de un crápula como él se esperaba cualquier cosa y cualquier precaución era poca.
—¿Preparadas, hijas? —preguntó su madre, que había bajado antes que ellas.
—Sí, preparadísimas —Descendieron cogidas de la mano de su padre tan rápido como las normas del decoro lo permitían y quedaron asombradas frente a la gran mansión llena de luces, flores y elementos decorativos en la que pasarían la velada.
La fiesta de disfraces organizada por lady Catherine Raynolds estaba abarrotada de gente. No en vano Marcus Raynolds, Duque de Doncaster, era el hombre más rico de Inglaterra. Un magnate del oro con una fortuna que iba mucho más allá de lo que cualquier mente normal pudiera imaginar; tanto así, que era más rico que la propia Reina Victoria de Inglaterra. Para equilibrar, estaba su caprichosa y bellísima esposa: Catherine. Ella se encargaba de encontrar un maravilloso equilibrio en las arcas vulgarmente llenas de su esposo.
—Esta vez ha tenido la dignidad de no alquilar un globo aerostático —murmuró Georgiana, observando la opulencia exacerbada del evento. Se cogió del brazo de su esposo y las Joyas se posicionaron tras ellos.
—¡Gigi! —Gritó lady Catherine Raynolds entre el gentío, desde la puerta principal donde estaba recibiendo a sus invitados, arriba de las escaleras. —¡Oh, Gigi! ¡Acércate! —Hizo una seña con la mano, disfrazada de emperatriz romana.
Georgiana, caracterizada de Elizabeth I, acudió al reclamo de su mejor amiga y se saludaron con mucho afecto. Thomas saludó a lord Marcus Raynolds y las Joyas hicieron las salutaciones de rigor hacia los anfitriones.
—¡Qué niñas tan bonitas! ¡Qué escandalosamente bonitas! —Sonrió Catherine al observar la belleza de las trillizas. —Samuel está dentro, haciendo de las suyas —Indicó hacia el interior, haciendo mención de su hijo mayor. —Pasad a verlo —las invitó—, ya lo conocéis. Estará encantado de volver a veros; va disfrazado de George Washington de América.
—¿Solas? No, las acompañaré —negó Thomas Peyton, subiendo la escalinata tras sus hijas.
—¡Diablo! —Lo paró Karen por el hombro con un gesto casi masculino, rebelde. Asher, su esposo, la miró como si no tuviera remedio. Era imposible que Karen Cavendish pasara desapercibida, iba vestida de pantera. —Permite a mis sobrinas disfrutar de la velada, las tienes aterrorizadas. Confía en ellas, son tres pastelitos de nata y sé que serían incapaces de cometer cualquier acto deshonroso. Anne, ve con ellas —le dijo a su rubia hija, que lleva tan solo un antifaz negro por todo atuendo.
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Lady Ámbar y el Marqués de Bristol
Ficción históricaRetirada para su venta. Cuando la temporada social empieza, Lady Ámbar descubre que su vida había sido fácil hasta entonces. Su carácter rebelde no le permite ser complaciente con ningún caballero por mucho que lo intente. Ella es díficil, pero tien...