El paseo a cuatro con carabina y padre controlador incluidos, empezaba a resultar de lo más incómodo pese a las bellezas que Hyde Park ofrecía. Por muy encantador que lord Colligan se propusiera ser, seguía siendo un paria entre debutantes de exquisita reputación y eso era algo difícil de digerir para cualquiera que preciara su buen nombre.
Para más inri, lord Colligan estaba siendo tan atento, que se notaba a la legua que lo hacía adrede, casi como una ofensa para crispar los nervios del diablo. Incluso, había ofrecido sus dos brazos a lady Ámbar y a lady Rubí, para que anduvieran como señoritas respetables a su lado. Una de cada brazo y lady Perla en un extremo, cogida de Rubí. Ni en sus mejores sueños imaginó semejante bendición, tres Joyas obligadas a pasear con él públicamente. Su fama de conquistador alcanzaría un pico extraordinario si no fuera por el rictus amargo de Thomas Peyton detrás de él, pisándole los talones. Sentía su mirada gris clavada en cogote.
—Deberías haberte quedado en casa o ir a las sesiones del parlamento —murmuró Georgiana a su esposo. Ella y Thomas andaban dos metros por detrás de sus hijas. No escuchaban a la perfección lo que hablaban los jóvenes, pero los tenían controlados tal y como las normas del decoro dictaban. El diablo, sin embargo, no le quitaba el ojo a lord Colligan y apresuraba el paso cada vez que creía conveniente escuchar mejor—. Me estás avergonzando. Así no se comporta un hombre de mentalidad progresista.
—Progresista, querida. No amante del libertinaje, y menos si esa palabra tiene algo que ver con mis Joyas. Mis Joyas —repitió, haciendo énfasis.
Georgiana soltó un bufido y simuló ignorarlo durante el resto del camino. A sus casi cuarenta años, había ciertas cosas que ya no le afectaban como antaño y debía cuidar su salud.
—Y cuénteme, lord Colligan —parloteaba lady Rubí con una gran falta de coherencia, como si no le importara que ese hombre fuera un crápula—. ¿Cómo supo quiénes éramos? ¡No suele suceder! ¿Ahora mismo lo sabe? ¿Sigue sabiéndolo? Porque no es fácil, somos idénticas.
—Idénticas para un ojo común —contestó el caballero con un sombrero de copa y un bastón con el que hacía brillar sus andares—. No para el mío.
—¡Recórcholis! —se asombró lady Rubí, abriendo los ojos de par en par, mirando a Jean fijamente como si fuera un espécimen de otro mundo, sin soltarle su duro brazo.
—Modera tu lenguaje —le susurró Perla al oído, manteniéndose lo más lejos posible del rompecorazones.
Ámbar había decidido guardar silencio. No diría nada, no hacía falta. Sus hermanas ya se encargaban de amenizarle el paseo al ganador de la recompensa. O mejor dicho, Rubí se encargaba de ello. Porque Perla lo miraba con el mismo desdén que su padre.
¿Cómo se había atrevido a participar después de lo ocurrido? No había conseguido conciliar el sueño en toda la noche, evocando una y otra vez el momento de pasión que había vivido junto a ese hombre del que andaba cogida. ¡Qué vergüenza! Sí, la tenía. ¡Claro que la tenía! Dejarse llevar por el impulso y saber decir basta cuando era necesario, no implicaba una falta de decencia. ¡Se había dejado besar por un libertino! No lo había contado a sus hermanas. Se sentiría demasiado extraña al hacerlo, como si las insultara. Atesoraría ese recuerdo en su corazón como un secreto privado.
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Lady Ámbar y el Marqués de Bristol
Ficción históricaRetirada para su venta. Cuando la temporada social empieza, Lady Ámbar descubre que su vida había sido fácil hasta entonces. Su carácter rebelde no le permite ser complaciente con ningún caballero por mucho que lo intente. Ella es díficil, pero tien...