De alguna manera logró que sus piernas la sostuvieran durante el discurso de lord Tyne. Ámbar era la única que sabía dónde había estado lord Colligan durante toda la noche anterior. Incluso en el momento en el que nadie lo había visto. ¡Había estado con ella!
Era imposible que antes de besarla a ella, hubiera cometido semejante atrocidad, no se lo creía ni se lo creería nunca. Cuando encontró a Jean en el patio solitario, no estaba bebido ni tenía signos de dejadez o de acaloramiento. Muy al contrario, lo recordaba tan bien vestido que, incluso, llevaba su máscara azul marino completamente bien atada. ¿Un hombre que hubiera cometido una violación pocos minutos antes hubiera aparecido ante ella tan fresco y pulcro? ¿Oliendo a menta? ¡No! No solo eso, recordaba muy bien que, cuando ella decidió no continuar con el beso, intentó apartarlo y no pudo. Aún con eso, él la comprendió y se apartó sin necesidad de decirle nada ni mucho menos de rogarle. Le había dicho: «¿Qué ocurre?», sin más.
Después, lo había visto en el juego adivinatorio y lo vio marchar junto al rubio de su hermano, porque no. No le había quitado el ojo durante toda la noche después del beso, le fue imposible. Así que, lord Colligan no había mancillado a lady Meredith Brown. Y ella lo sabía.
¿Por qué la mayor de los Brown había inventado semejante calumnia? Sin duda alguna, se estaba aprovechando de la mala fama de lord Colligan para sostener su coartada. ¡Comprometer a su propio padre a un duelo con una mentira! Ámbar, desde el primer día, percibió en ella algo desagradable, indigno. Tal y como le había dicho su mejor amiga Anne: «¡Qué poca dignidad!»
¡Y tan poca que tenía! Ella y su madre, rubias de ojos azules, parecían dispuestas a todo con tal de ganar un compromiso con el heredero de Bristol. ¡Qué rabia sintió la noche en que salvaron al niño limosnero! Meredith solo se preocupó por el pequeño para acercarse a Jean. ¡Qué poca humanidad! Y, de nuevo, topaba con la maldad de esa joven, en Hyde Park. La hermana menor, lady Christine, no manifestaba la misma personalidad que su hermana y su madre; sino más bien era como su padre, un poco simplona y poca agraciada, pero no malvada.
¿Qué debía hacer? ¿Qué se suponía que tenía que hacer en una situación como aquella? El brazo de su padre, lord Norfolk, estaba sobre el suyo, amparándola. Alejándola del muchacho que tanto detestaba. Creyendo que la estaba protegiendo de un peligro que ya había sufrido en sus carnes: el de caer en la seducción de Jean. Pensó que ese beso quedaría para ella, un secreto que rememorar en sus momentos de solitud. Y ahora se veía en la disyuntiva de contar lo que sabía o condenar a un hombre inocente (al menos en ese caso) a una posible muerte o a un matrimonio forzado. Pero, ¿sería forzado? ¿Acaso lord Colligan no se había mostrado interesado en lady Brown hasta entonces? ¿Debería contar que durante ese tiempo en el que nadie vio a Jean fue porque estaba con ella? ¿A solas?
No veía razones para delatarse, concluyó Ámbar. Lord Jean Colligan se casaría con lady Meredith Brown tal y como había insinuado hacer días antes y ese suceso quedaría en el olvido. No era necesario exponerse cuando, en realidad, ni ella ni Jean deseaban contraer matrimonio el uno con el otro. Cogió el aire que había perdido y se mantuvo al lado de su padre, a la espera de que lord Colligan decidiera desposar a lady Meredith Brown.
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Lady Ámbar y el Marqués de Bristol
Ficción históricaRetirada para su venta. Cuando la temporada social empieza, Lady Ámbar descubre que su vida había sido fácil hasta entonces. Su carácter rebelde no le permite ser complaciente con ningún caballero por mucho que lo intente. Ella es díficil, pero tien...