—Es aquí —susurró Brian al llegar al jardín trasero de los Brown.
—Brian, nos la estamos jugando —dijo el primo, muy serio—. No sé cómo he accedido a este disparate —Estiró de su pañoleta blanca y miró a su alrededor con escepticismo—. No me gustaría encontrarme a lord Tyne con una escopeta para salvaguardar el honor de su bellísima hija lady Christine Brown —ironizó—. No deberíamos haber venido, Brian Colligan.
—Pero ya estamos aquí, Tim Colligan —le recordó el conde de Bristol—. No perdamos más el tiempo —Cogió una piedrecilla y la tiró a la ventana de lady Christine. Acertó, esperaron unos segundos y luego volvieron a tirar otra piedrecilla—. ¿Qué estará haciendo el florero? —masculló Brian—. ¿Acaso no oye el ruido?
—No estás lanzando apropiadamente, las piedrecillas no repiquetean sobre el vidrio. Déjame a mí —se prestó Tim, tomando una piedra entre sus manos y lanzándola con tanta destreza que topó con algo por el camino—. ¿Qué ha sido eso?
—No lo sé... Será un gato, ¿qué más da? Vuelve a tirar.
Tim repitió el procedimiento. —¡Auch! —oyeron esa vez con más claridad la voz de una joven.
—¿Quién anda ahí? —demandó Brian, atraído por la voz femenina que provenía del árbol—. Es inútil que te escondas, te hemos oído —insistió ante el mutismo de la mujer escondida entre las ramas. Se intuía su silueta—. O sales o me veré obligado a seguir tirando piedras hasta que te presentes como es debido.
—Es mi hermana —Salió Perla de su escondite, enfrentando a Brian con la capucha de su capa negra puesta y haciendo brillar sus ojos en mitad de la noche.
—¡Lady Peyton! ¿Pero qué ven mis ojos? —Sonrió lord Bandido, que no dejaba de maravillarse con la belleza de las Joyas—. ¿Puede saberse que hace una dama como usted en un lugar como este? ¿Sola? —Quiso nombrarla, pero lo cierto era que no sabía cuál de las tres era.
—Supongo que lo mismo que usted, lord Bristol —zanjó Perla, seca—. Rubí, baja. Será mejor que nos vayamos, esto es una locura.
Rubí apartó las hojas de su cara y de su cuerpo y se mostró bajo la luz de la luna. —¡Por Dios Misericordioso! ¿A qué viene tanto interés por salvar a mi primo? —preguntó Tim—. Puede hacerse daño allí arriba, miladi.
—Sabemos que lord Bristol no es culpable y queríamos ayudar —explicó Perla, empezando a angustiarse por las preguntas de Tim Colligan y por el miedo a que la familia Brown los descubriera en mitad de su jardín a plena noche. No quería que los Colligan supieran lo ocurrido entre Ámbar y Jean y tampoco quería que lady Meredith Brown apareciera de un momento a otro con un dedo acusatorio.
—Hay un problema... —gritó en un susurro Rubí, sentada a horcajadas sobre la rama—. Y es que no sé bajar. No preví que debería bajar después de subir... —soltó una risilla nerviosa, mostrando las enaguas por debajo del camisón.
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Lady Ámbar y el Marqués de Bristol
Ficción históricaRetirada para su venta. Cuando la temporada social empieza, Lady Ámbar descubre que su vida había sido fácil hasta entonces. Su carácter rebelde no le permite ser complaciente con ningún caballero por mucho que lo intente. Ella es díficil, pero tien...