Capítulo 4

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La marca de nacimiento con forma de corazón que había sobre el hombro derecho de la desconocida «seductora nata» torturó a lord Colligan durante su trayecto de regreso al salón de baile

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La marca de nacimiento con forma de corazón que había sobre el hombro derecho de la desconocida «seductora nata» torturó a lord Colligan durante su trayecto de regreso al salón de baile. La muchacha había huido de él como el alma que lleva el diablo y se sentía estúpidamente burlado por no haber logrado sonsacarle su nombre. ¿Ahora cómo iba a preguntar por ella? Necesitaba saber quién era. Aunque oliera a problemas y no fuera para nada la muchacha que estaba buscando. 

—Lord Bristol —oyó una voz chirriante nada más pisar el salón, era Meredith Brown. Lady Meredith Brown, hija del conde de Tyne y perfectísima señorita de clase alta, para ser exactos—. Llevo media hora buscándolo. Mi madre me ha dado permiso para invitarle a la fiesta que mi familia ha organizado mañana por la noche en Hyde Park. Mi padre, el conde de Tyne —recalcó con mucho énfasis esa parte—, ha conseguido cerrar una parte del parque gracias a sus influencias —La joven efectuó una reverencia, aleteó las pestañas y hasta consiguió un sutil sonrojo en sus regordetas mejillas, como si la presencia de Jean fuera demasiado para ella. 

No era fea. De hecho, cumplía con los cánones de belleza: rubia, ojos azules y entrada en carnes sin resultar vulgar. Pero era muy común, tan común que aburría. Y lo peor de todo, era demasiado fácil. Lo que había venido a buscar, ¿no era así? Aceptó la invitación con mucha formalidad y le devolvió la reverencia a una triunfante lady Brown que no tardó en regresar con su madre con una mueca de satisfacción. 

«¿Dónde está ella? —se preguntó, mirando a su alrededor, buscándola entre el gentío».

—¿Dónde te habías metido? —le reclamó su hermano menor, cogiéndolo por el brazo—. Dejarme solo ante el peligro, ¡traidor! 

—He visto a una dama —contestó en voz baja. Apoyó un brazo en el alféizar de una de las ventanas con molduras doradas y cortinas rojas entre que hacía bailar sus ojos azules a lo largo y ancho del fastuoso salón real. 

—No, Jean. Nada de «seductoras natas» hasta que hayas pasado por el altar. ¿Me oyes? —le advirtió Brian. Lo conocía tan bien que sabía cuando el «Jean conquistador» había despertado y lo sabía porque los ojos de su hermano brillaban con una intensidad especial—. Pretendo vivir el resto de mi vida gracias a los favores que me otorgarás cuando seas Marqués. No sé si Tim haría lo mismo. Estoy seguro de que me pondría miles de condiciones solo para «hacerme espabilar», tal y como él siempre dice. ¡Tan perfecto y tan encopetado! No, no... Lady Brown es una excelente opción. 

—Te recuerdo que lady Brown tiene una hermana —le recordó Jean, mirándolo de reojo con sorna. Brian miró hacia la mencionada: una joven de pelo castaño sin brillo ni nada especial que resaltar. Así como su hermana mayor tenía la decencia de cumplir con ciertos estándares de belleza esperados, ella ni siquiera hacía eso. ¿Casarse con ese florero? ¡Jamás de los jamases!—. ¡Ahí está! —dijo de repente el mayor—. A las doce —Señaló hacia el frente. 

—¿Quién está? —Se sumó Tim con una mueca. 

—La muchacha de los jardines. 

—¿Jardines? ¿Qué jardines? ¿Se puede saber qué has estado haciendo?

Lady Ámbar y el Marqués de BristolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora