hasta que la muerte nos separe || hyunlix

I

El príncipe Felix se encontraba sentado en su balcón con la vista fija en el cielo, mirando en dirección a donde se había ido volando su ave mensajera hace unos minutos con aquel pergamino que había escrito.

—Dale esto a la primera persona que se cruce por tu camino –le pidió con una sonrisa ladina a la majestuosa ave de plumas cobrizas que se encargaba de enviar mensajes desde el castillo a cualquier lugar que se lo pidieran.

Esa carta no tenía un destinatario en específico, tan solo la había escrito para alguien del más allá.

Cada vez que salía al balcón se quedaba observando ensimismado todo a la distancia, el reino, las aldeas y tiendas a las afueras de este, el gran bosque y las montañas, el más allá le parecía tan hermoso incluso desde su balcón y moría por salir y ver cómo era todo de cerca.

En sus diecinueve años de vida, jamás había dejado el castillo. Lo más lejos que había llegado era el gran patio que rodeaba todo el castillo. Allí había un pequeño laberinto al cual siempre iba cuando quería alejarse de todos por un momento, llevaba consigo algunos libros, un pergamino y una pluma para entretenerse.

Su lugar favorito del jardín era un área algo alejada, hacia la parte trasera del castillo, en la cual solo habían rosales, había rosas rojas, blancas, azules, amarillas y de muchos otros colores que simplemente le encantaban. Sus preferidas eran las de un color rosa pálido, amaba ese color.

Un día se puso a pensar en todas las cosas que le gustaría tener de ese color, y una de las muchas ideas que pasaron por su mente le encantó.

—Quisiera poder tener un vestido de este color...

Su amor por los vestidos había nacido unos años antes, volviéndose cada vez más fuerte con el pasar del tiempo.

Tenía seis años en ese entonces, sus padres habían decidido realizar un baile real todos los años a mediados de diciembre. A Felix le emocionó la idea de poder ver más gente en el castillo, pues nunca se había relacionado con alguien más que sus padres y los empleados, pero se entristeció cuando le dijeron que no podría participar de estos hasta un tiempo indefinido. Aquella noche se escabulló por los pasillos para llegar a un pequeño balcón interior que daba hacia el salón en el que se llevaría a cabo ese evento. Escondido allí sonrió en grande al ver a todos los invitados que llegaban, las familias de clase más alta del reino. Podía recordar con exactitud la emoción que sintió en ese momento y lo encantado que quedó con ese gran vestido violeta, los destellos de las hermosas piedras que estaban incrustadas en este lo deslumbraron; luego un vestido rojo, de mayor volumen que el anterior y así fue quedando un poco más hipnotizado con cada vestido que veía. En cuanto a los trajes, creía que eran aburridos. Cuando escuchó a un guardia regañarlo se levantó rápidamente y fue a su habitación con una sonrisa. Allí se lanzó a su cama y comenzó a dibujarse en un lindo y gran vestido del color de sus rosas favoritas.

Hizo eso cada año sin falta.

—La próxima semana será tu primer baile con nosotros ¿no estás emocionado? –le informó su madre una tarde durante la cena. No pudo evitar sonreír en grande ante ello, estaba muy emocionado por finalmente poder usar un lindo vestido...o no —. Mañana vendrá el sastre a tomar tus medidas para la confección del traje, debes elegir la tela y el color que te gustaría –dijo la reina con una sonrisa, le alegraba poder incluir a Felix en el baile por fin, además, allí podría encontrar a una chica que fuera una buena reina para su hijo, que cada vez estaba más cerca de la corona.

—¿Puedo usar algo que no sea un traje? –preguntó algo nervioso pero manteniendo su sonrisa. El ceño fruncido de su padre le asustó un poco y entonces lo recordó: nunca había visto a un hombre usar un vestido ¿es que acaso no era normal? —. Olvídalo –dijo soltando una risita nerviosa –, no hay nada más que pueda usar...