Capítulo 1: El Salón de las Siete Sillas

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[24 de septiembre, 3018 de la T.E. del Sol]

La joven apretó los dientes en un gesto de inexperiencia y frustración, a la vez que disminuía el agarre ejercido por sus temblorosos dedos. Deseó tener las manos libres para poder secar las gotas de sudor que perlaban su frente; no obstante, en lugar de recibir la ayuda deseada, escuchó una voz a su lado que le ordenó: —No paréis, continuad.

Ella no desvió la mirada del cuerpo abierto que tenía ante sus ojos, pero no pudo evitar que se notara que el temblor no hacía más que empeorar.

—No puedo —masculló—. Khrenin, yo no...

—Continuad.

Herena cerró los párpados durante un ligero momento e intentó relajarse. Si no hubiera sido por el hedor que impregnaba el cadáver, se hubiera tomado la libertad de inspirar profundamente una buena bocanada de aire, pero en esos momentos aquella licencia le parecía la peor opción.

—No estoy preparada. Ha sido una mala idea. No quiero...

—Continuad.

La voz de su tutor, normalmente suave y bondadosa y ahora impregnada de autoridad, la devolvió a la realidad. Armándose de valor, volvió a tomar con fuerza las tenazas y ejerció presión sobre ellas para volver a abrir el intestino del animal, mientras que con su mano izquierda se preparaba para penetrar en su interior.

—Ya lo tenéis. Con esto es suficiente, no hace falta abrir más. Meted los dedos y tantead.

Herena se acercó más aún la vela que usaba para alumbrarse, y agachó la cabeza para observar las ya desangradas entrañas del pobre cerdo.

—No veo nada —contestó, negando a su vez con la cabeza.

—Meted la mano y palpad —repitió su tutor.

Ella intentó reunir valor, maldiciendo la hora en la que había decidido que era una buena idea acceder a la sugerencia de una disección, e internó los dedos en el intestino. Fue palpando poco a poco, aguantando para sí las ganas de vomitar; hasta que, cuando estaba a punto de darse por rendida, sus yemas tantearon algo.

—Espera, he encontrado algo. Parece una... pared, o algo así.

—Intentad agarrarlo y extraedlo. Pero hacedlo con las tenazas.

Herena sacó la mano con cuidado y volvió a agarrar su instrumento; sin embargo, cuando volvió a dirigir la mirada hacia el interior del animal, a punto estuvo de dejarlo caer al suelo.

—¡Por las barbas de Durin! Es... ¿qué es, Khrenin?

El tutor se colocó sus propios guantes de tela y se aproximó hacia el animal. Herena le dejó espacio para que mirase.

—Vaya —chasqueó la lengua—. Poco se podía hacer. Es un quiste.

La joven volvió de nuevo su mirada hacia las tripas del animal, a pesar de que las suyas propias estaban más que revueltas. Aquello que había tanteado en el intestino grueso tenía un aspecto gelatinoso y mucoso, pero a la vez era grande y duro.

—¿Eso es lo que lo ha matado? —inquirió la muchacha.

Su tutor se irguió frente a la mesa y se quitó los guantes: —Eso es lo que mata a varios de los nuestros también. Un mal asunto. No hay cura.

—¿No podemos extraerlo?

El enano mayor dirigió una mirada curiosa a la pálida tez de su pupila, e instantes después se echó a reír.

—Bueno —dijo—, podríamos hacerlo, aunque sería un poco tarde para salvarle la vida al pobre animal. Esta enfermedad acabó con él hace ya unos días. Pero, si vuestra pregunta se refiere a si podríamos extraerlo ahora para examinarlo y así saciar vuestra curiosidad... sí, podríamos. Aunque esa operación llevaría demasiado tiempo, y vos tenéis prisa.

Nuevas Oportunidades (NEW EDITION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora