Capítulo 9: La fiesta (Parte I)

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"Oh, Patricia,

you've always been my North Star"

                        Florence + The Machine

—¡Ay, Herena! ¡Me haces daño! —se quejó el niño, llevándose las manos a la cabeza mientras su hermana apartaba el cepillo con rapidez del cabello castaño

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—¡Ay, Herena! ¡Me haces daño! —se quejó el niño, llevándose las manos a la cabeza mientras su hermana apartaba el cepillo con rapidez del cabello castaño.

—Lo siento —se disculpó la mayor, dejando el objeto a un lado y sujetando con una mano la trenza que acababa de hacerle al pequeño—. Pero si quieres llevar un peinado a la altura de la ocasión, deberás soportar algún tirón que otro. 

—Se lo debería haber pedido a khagan (madre). Seguro que ella lo hace mejor.

—¡No seas quejica! —exclamó su hermana, cerrando el broche de plata sobre el peinado—. Además, ya está acabado. No ha sido para tanto.

Frerin frunció el ceño en un gesto con el que parecía indicar que estaba en total desacuerdo con su hermana. Herena le había hecho al joven príncipe un semirrecogido en su corta melena que se basaba en una trenza formada a su vez por varias más pequeñas.

—Y agradece que aún no te ha crecido la barba —añadió la princesa—, que si no te ibas a enterar de lo que es sufrir. Mira a khagan y a tía.

El pequeño dirigió sus azules ojos hacia las dos enanas que aún estaban delante de sus respectivos tocadores, retocándose. La reina y la hermana del rey lucían unos espectaculares vestidos de tela anaranjada y azul, respectivamente, ambos ceñidos, pesados y engalanados con piedras preciosas. Llevaban también sus largos cabellos recogidos en intrincadas trenzas, y sus manos ahora terminaban de laborar sus barbas. La de Graella, fina y lustrosa, lucía con rubíes pequeños que se escondían entre el vello, resaltando su brillo; y la de Dís quedaba más recatada, pero la había pasado por unas tenazas calentadas al fuego para dejarla ondulada y sedosa.

—Parecen tranquilas —observó Frerin—, como si no les doliera.

Parecen —puntualizó Herena—. Cuando lleves doscientos años trbajándote el cabello de esa manera ya me contarás si sabes disimular.

—¿Se puede saber a quién le echas doscientos años encima? —exclamó Graella, dándose la vuelta con un tono ciertamente peligroso en su voz.

—A nadie, a nadie —elevó las manos al cielo la joven de forma inocente.

No obstante, continuó observando a su madre con cierta reverencia. La reina siempre iba vestida con una solemne elegancia; y no se trataba solamente de sus trajes y joyas, sino de toda una actitud que irradiaba al exterior, como un halo que la envolviera. Herena no se identificaba con ella en absoluto en ese sentido. Aunque no tenía problema en acicalarse para ocasiones importantes, e incluso lo disfrutaba, su estilo era mucho más informal en el día a día, y primaba lo cómodo a lo distinguido en sus vestidos y en su peinado. Tampoco le gustaba llevar perlas en el cabello ni en los dedos a menudo, pues le pesaban y le daba miedo perderlas o estropearlas. No obstante, aquella noche se había puesto un vestido azul claro, con encaje en la cintura y el busto y los hombros al descubierto. Dos aguamarinas pendían de sus orejas, a juego con el color de sus ojos. 

Nuevas Oportunidades (NEW EDITION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora