Capítulo 6: Lo que el corazón anhela

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"And there's a million reasons why I should give you up, 

but the heart wants what it wants."

Selena Gómez

Con un suspiro de satisfacción, Graella se quitó el collar de rubíes que llevaba engarzado en la barba, a juego con el color de su cabello

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Con un suspiro de satisfacción, Graella se quitó el collar de rubíes que llevaba engarzado en la barba, a juego con el color de su cabello. Observó las pequeñas joyas frente a sí, y cómo parecían resplandecer contra la sutil luz de los candiles que iluminaban la estancia. Y se sorprendió pensando en cómo un accesorio tan elegante y tan hermosamente labrado, con una finísima cadena de oro que unía las gemas una a una entre sí, podía seguir resultándole tan molesto después de todos aquellos años, aun a pesar de su ligereza. 

Dejó el abalorio en un cofre que había encima de su tocador y se miró al espejo. Aunque no era considerada, en absoluto, una enana avanzada en años, unos oscuros surcos aparecían ya bajo sus ojos castaños, casi imperceptibles. Las arrugas también comenzaban a hacer acto de presencia en su redondeado rostro, tal vez prematuras. Observó sus dedos repletos de anillos, y los recordó llenos de callos y de durezas tras horas y horas tejiendo y cosiendo. Ella era muy joven entonces, cuando el tacto del telar, de la aguja y del hilo había sido tan natural para aquellas manos como lo era el de la comida o la bebida. Se preguntó a sí misma si seguiría siéndolo; si sus manos soportarían ahora, casi ochenta años después, el trabajo de jornadas enteras sin descanso. 

Removió la cabeza para alejar aquellos pensamientos, y se levantó del taburete que había frente al tocador. Cruzó la puerta que conectaba su alcoba privada con la estancia que compartía con su esposo. Allí había un par de divanes, una mesa baja, un aparador y un espacio para la lumbre que ahora crepitaba, rompiendo el silencio de la noche. La habitación también contaba con una pequeña mesa redonda y unas cuantas sillas, dispuestas ambas para los desayunos y las cenas. Y colgados en las paredes, varios cuadros adornaban la estancia, coronando todos ellos el que pendía sobre la chimenea: un antiguo retrato del viejo rey Thrór,  que había sido realizado cuando él todavía gobernaba bajo aquellos salones. 

Y Thorin permanecía absorto, de pie, observando fijamente las llamas de la lumbre tal y como lo había hecho su hija esa misma tarde en su despacho. Graella se aproximó a él y le tocó ligeramente el hombro, y solo entonces el monarca pareció volver en sí, ligeramente sobresaltado. 

—Apenas has cenado esta noche —le comentó la enana, frunciendo el ceño—. ¿Estás bien?

El rey suspiró para sí, dándose media vuelta con gesto cansado.  

—Yo... no he tenido un buen día, Graella. Ni una buena semana. 

Los labios de su esposa se elevaron ligeramente, formando una dulce y ligera sonrisa. —Habla conmigo. Te sentirás mejor. 

Thorin asintió, aliviado. Sentía que necesitaba descargar la carga que llevaba encima, y en pocas personas confiaba tanto como en su consorte. 

Ambos se dirigieron hacia uno de los divanes y tomaron asiento. 

Nuevas Oportunidades (NEW EDITION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora