Capítulo 4: Amon Lanc

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A la mañana siguiente Thorin volvió a convocar a los Señores en reunión, pero sólo para comunicarles la noticia de que la decisión de enviar emisarios a Khazad-dûm debería posponerse hasta nuevo aviso

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A la mañana siguiente Thorin volvió a convocar a los Señores en reunión, pero sólo para comunicarles la noticia de que la decisión de enviar emisarios a Khazad-dûm debería posponerse hasta nuevo aviso. Esta nueva, sin embargo, no fue a bien tomada por los miembros del consejo, muchos de los cuales se alzaron de sus asientos exigiendo una explicación por parte del Rey.

—¡Es inadmisible! —exclamaba de forma airada Kûrd, uno de los vasallos de Dáin—. Mi Señor, con el debido respeto: precisamos de una razón por la que esta misión deba ser retrasada.

—Es cierto, Thorin —corroboró el Señor de las Colinas de Hierro, rojo de ira (aunque nadie podría decir si la furia le provenía más por la decisión en sí o por saber que su propuesta había sido denegada)—. ¿Qué ha cambiado en tu mente desde ayer a hoy? Estuviste a punto de darnos un veredicto.

—Me han llegado importantes noticias —contestó, de forma escueta, el Rey Bajo la Montaña—; y por tanto he decidido que la decisión más prudente es postergar esta misión hasta nuevo aviso.

—Se trata de esa carta que llegó ayer, ¿no es cierto? —inquirió Grad, uno de los Señores. —¿Qué son esas nuevas que os resultan más imperiosas que las necesidades de los nuestros? ¿Qué es lo que los elfos os han contado que nosotros ignoramos? ¿Acaso no merecemos saber la verdad para deliberar en conjunto?

El resto de enanos comenzó a vociferar a modo de asentimiento, pero Thorin se levantó de su asiento y obligó a todos ellos a guardar silencio. Herena observaba a su padre desde su propio asiento con el ceño fruncido, pues no sabía cómo éste podría apaciguar los ánimos de su gente.

—Mis parientes y hermanos —lo intentó de nuevo el rey—, sabed que nunca os ocultaría ningún hecho si no fuera porque un gran juramento me lo prohíbe; y éste es el caso. Lord Elrond nos ha enviado importantes nuevas desde el oeste, y yo he de responder a ellas. Sin embargo, no se me permite compartir nada más al respecto.

—Pero ¿¡háyase visto!? —exclamó Náin, el hijo menor de Dáin, levantándose de su asiento—. ¿Desde cuándo un Khazâd se ve relegado a las órdenes de un shirumund?

—No me veo relegado a las órdenes de nadie, sobrino —contestó Thorin en un tono de voz muy grave—. Sólo a la lealtad por la ayuda que este elfo en particular me prestó en el pasado.

»Escuchad bien —continuó hablando el rey—, sé que muchos de vosotros no veréis con buenos ojos mi decisión, pero así ha de ser tomada, aunque me duela. No se me permite hablar de este tema con nadie... ni siquiera con mi propia familia.

Los ojos de Thorin se dirigieron hacia Dáin al pronunciar estas palabras, y su pariente inclinó la cabeza a modo de asentimiento. Aunque a él tampoco le hiciera gracia la decisión de Thorin, confiaba en él, y pensaba que sólo una razón de peso debía impedirle hablar con libertad con los suyos.

—Pero sí os confiaré otra información —musitó Thorin—, aunque me temo que debería haberlo hecho mucho antes.

Torció ligeramente el cuello hacia atrás para dirigir su mirada a maese Dwalin y a maese Glóin, quienes estaban sentados uno junto a otro, y estos asintieron a modo de respuesta.

Nuevas Oportunidades (NEW EDITION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora