Capítulo 12: Tiempos de necesidad

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Los dedos de Thorin jugueteaban, inquietos, con las puntas de los sedosos vellos que crecían por debajo de su barbilla, conformando parte de su barba

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Los dedos de Thorin jugueteaban, inquietos, con las puntas de los sedosos vellos que crecían por debajo de su barbilla, conformando parte de su barba. Paseaba la mirada por la habitación: de Dwalin, sentado junto a él en el flanco izquierdo de la mesa, a Glóin, en el flanco derecho; a Dori y a Nori, un espacio más alejados de sus respectivos compañeros; y a la única silla vacía que quedaba en la estancia, frente a él. Y de ahí, sus azules iris se desplazaban a la puerta de la sala, que aún permanecía cerrada. Y vuelta a empezar. 

Dwalin, el enano que mejor conocía a su monarca de todos los presentes, se percató del nerviosismo del rey, y se hizo notar fingiendo que aclaraba su garganta. Aquel simple gesto sirvió para que Thorin desviara su atención del círculo ansioso en el que estaba enjaulada para dirigirla a la de su consejero y amigo. Casi imperceptiblemente, Dwalin le dirigió una leve y tranquilizadora sonrisa.

Apenas unos minutos más tarde, no obstante, sonaron unos golpes al otro lado de la puerta; y ante la orden de Thorin, uno de los guardias entró tras ella, presentando a la última persona pendiente de presentarse a la reunión:

—El Señor de las Colinas de Hierro, Majestad.

Y, con una reverencia a su rey, dio paso al susodicho enano. Dáin penetró en la habitación con un halo de aparente despreocupación, pero algo en sus ademanes y en su expresión facial daban a entender que estaba más agitado que de costumbre. Al margen de eso, lo único que llamaba la atención en él, era que no acudía solo. 

—Y su hijo, lord Thorin, de la Casa de Durin. 

Los ojos de los asistentes se abrieron con estupefacción, dirigiéndose al acompañante de Dáin, que apareció tras su padre con su típica apariencia estoica e indescifrable. 

—Thorin —se dejó oír el Señor de las Colinas de Hierro, una vez la puerta se hubo cerrado de nuevo, dejándose caer con rotundidad sobre la silla libre—, espero que sea un asunto de verdadera importancia. Nos has avisado con cinco días de antelación. 

El rey guardó silencio, y dirigió una mirada penetrante a su sobrino, quien permanecía de pie detrás de su progenitor. 

—¡Ah! —Dáin pareció darse cuenta repentinamente de la impresión causada por la presencia de su vástago—. Pensé que mi hijo podría acudir junto a mí. Ya tiene una edad más que adecuada para tomar opinión en este tipo de concilios. 

Pero el resto del consejo continuó guardando silencio. Dáin era un enano duro de roer, pero poco a poco fue amilanándose, perceptiblemente nervioso ante aquellas miradas inquisitivas que lo juzgaban: —Es mi heredero. Deseo que tenga acceso a la misma información que yo, para tomar decisiones conjuntas. 

—Era una reunión altamente confidencial, Dáin. Lo sabes. Y las resoluciones que se acuerden aquí no incumben exclusivamente a las Montañas de Hierro. 

—No exclusivamente, pero sí que nos afectarán; ¿no es así?

Thorin tomó aire, intentando hacer acopio de paciencia. No esperaban al hijo de su primo en la asamblea, ni mucho menos; como poco, Dáin debería haber avisado con antelación. Pero ya era tarde para echarse atrás, y las cuestiones que se plantearían aquella tarde ya levantarían demasiadas ampollas de por sí. Necesitaba tener a su pariente de su parte, y no podía permitirse enemistarse con él. Así que decidió guardarse su orgullo y ceder en aquel punto. 

Nuevas Oportunidades (NEW EDITION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora