REC 2

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¿Cuándo se volvieran a mandar a la mierda?

De momento, no le veía solución a lo suyo por ningún lado porque, por mucho que lo intentaba, no podía olvidar lo mal que lo pasó con él la mayor parte de su relación. Lo intentó todo, le perdonó cientos de veces y no consiguió nada, ningún cambio o señal de arrepentimiento. Hasta que llegaron las discusiones, los insultos, los reproches, día tras día, noche tras noche; la convivencia se hizo insoportable y, una mañana, él se marchó. No se llevó nada de aquel apartamento que compartían. Supo que se refugió en casa de Anne por un tiempo para pasar lo peor y fue ella la que recuperó sus cosas cuando se instaló donde vivía ahora.

El tampoco quiso quedarse allí donde casi todo eran malos recuerdos y se mudó a su nueva casa, prácticamente en el polo opuesto a la que ocuparon juntos; cambió su número de teléfono y dejo de frecuentar los lugares habituales de reunión con sus amigos. Solo Anne estaba al corriente de todo por si acaso pero, a partir de su separación, ni siquiera hizo falta intermediarios porque lo detestaba, lo odió a muerte y solo quería olvidarlo, pasar página.

Se lamió las heridas, se concentró en el trabajo y en planificar y diseñar al milímetro una nueva vida en la que no hubiera sorpresas ni otras relaciones, al menos de momento, ni a medio plazo. También decidió no reflexionar sobre lo que habían hecho mal porque, entre sus expectativas, no estaba volver a perdonarle nada para que surgiesen las mínimas oportunidades de reconciliación.

Se acabó. Xiao Zhan pertenecía al pasado y ahí debía quedarse para siempre; por eso, no comprendía por qué se empeñaba ahora en hablar con él durante unas horas si, al igual que hicieron ambos, no se esforzó de verdad en buscarle antes. Es más, mucho tiempo después, se enteró –y no por Anne precisamente sino por otro de sus amigos- de que había estado viviendo con alguien, tanto hombres como mujeres y que esas relaciones no le duraban mucho. Él ya se conocía muy bien el tema de sus mentiras, por lo que no hacían falta más explicaciones para saber por qué lo acababan dejando.

Por su parte, cuando le apetecía sexo, se acostaba con algún amante ocasional que despedía al amanecer, borraba su número de teléfono y pasaba a la historia, nada de repeticiones. Incluso se las arregló con algún calentón a solas porque no consiguió ligarse a nadie que le pareciese decente para meterlo en su cama y lo bajó con unas cuantas pajas en el baño o entre las sabanas aunque, reconoció enfurecido que estaba pensando en él mientras se masturbaba.

Había llegado a la recepción tras haber dejado la moto en el aparcamiento del sótano y reservó una habitación doble para esa noche y durante todo el día siguiente; si pensaba alargar más la estancia, avisaría de antemano. También pidió que sirviesen el desayuno en la habitación y el almuerzo de mediodía. Segundos después, al recibir la llave, aun se enfureció más consigo mismo por haber alargado el tiempo en el hotel todo lo que pudo. Con una noche bastaba y sobraba pero, no, su puto subconsciente le jugó de nuevo una mala pasada y tal vez se había contagiado del entusiasmo de Zhan por el reencuentro. De una cosa estaba seguro, su ex tenía más ganas de volver a verle mientras que él, solo sentía curiosidad por saber qué era eso tan importante que tenía que decirle.

Sumido en sus pensamientos vio que se detenía un taxi a la puerta y, aunque internamente andaba rezongando y maldiciendo, corrió hasta la entrada para recibirle sin poder evitar sentir un escalofrío que le recorrió toda la columna vertebral, le hizo temblar de pies a cabeza y le despertó una bandada enorme de mariposas en el estómago.

Allí estaba, tan guapo como de costumbre, sentado en el asiento de atrás con la cabeza ladeada; parecía dormido.

Abrió la puerta para ayudarle a salir pero él le dio un manotazo que lo sobresaltó:

-No me toques, le dijo con voz pastosa y ronca.

Entonces, el taxista se apresuró a bajar y, tomándolo por la cintura y pasando uno de sus brazos por los hombros, lo metió en el hotel para encomendárselo al recepcionista. YiBo iba a pagarle la carrera pero éste le dijo que ya lo había hecho una señorita y aun le sobraba dinero. Le pidió que se lo quedase como propina y el hombre se inclinó para marcharse como muestra de agradecimiento.

La situación se había vuelto un tanto incómoda porque, cada vez que YiBo se acercaba para quitárselo de encima al empleado y meterlo en el ascensor, Zhan se revolvía para que no le tocase y casi les hacía perder el equilibrio a los dos. Al final, tuvo que ceder y dejó que lo apoyase contra la esquina intentando que se mantuviese erguido a duras penas. Le dio las gracias y apretó el botón del cuarto piso, el último. Mientras se cerraba la puerta, Zhan se iba escurriendo hacia el suelo hasta quedarse sentado, con las largas piernas estiradas y la cabeza colgando sobre el pecho.

Le miró de soslayo; no quería provocarle porque eran casi las tres de la madrugada y, lo último que deseaba era que montase un escándalo para que acabaran poniéndolos de patitas en la calle a esas horas.

Cuando llegaron arriba, mantuvo el botón de apertura de la puerta presionado mientras le pedía que se bajara. Él se fue hacia delante y se colocó a cuatro patas intentando salir a gatas mientras, YiBo, no pudo evitar reírse al verle así. Ni siquiera perdía un ápice de su belleza y su atractivo en esas condiciones tan lamentables.

Lo vio acercarse a la pared tratando de agarrarse al pasamanos para ponerse de pie pero le costaba. Se armó de paciencia, lo tomó por un brazo, lo sujetó por la cintura y, con la otra mano, le tapó la boca para que no gritase, mientras Zhan le daba un mordisco que le hizo soltar varios tacos por lo bajo.

SOBREVIVIR A TODAS LAS MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora