Prefacio: Un Día Soleado.

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Tyna

Diana jugaba en el jardín trasero, desde ahí la podía escuchar, mientras tomaba el té con Clarisse, Sarel y un invitado inesperado, Cleam.

Era raro porque en principio no eramos muy cercanos, el que viniera a visitarnos no precisaba buenas noticias.

—Se ve que están bien —fue lo primero en decir, bajando su taza de té—. Eso es bueno...

—Hay que ir al grano —le contesté—. ¿Por qué estas aquí?

Cleam hizo una mueca ante lo rudo de mi tono, pero comenzó a hablar.

—En realidad quería saber si han sabido algo del hijo de la tormenta.

Todos negamos con la cabeza. Aparte de una carta perdida que llegaba cada año, apenas tenía noticias de mi hermano. Lo último que supe fue sobre el festejo por la mayoría de edad de Mía, pero después de eso apenas nada.

—¿Que tan mal están las cosas? —preguntó Sarel.

A pesar de los esfuerzos de Suzanna y Myria, las comunicaciones entre países aún eran pobres, casi nadie sabía que ocurría más allá de las fronteras. Pero la organización de Aria, al tener conocidos en una buena parte del mundo, se enteraban de algunas cosas.

Si bien no existían conflictos entre países, esto se debía a un asunto muy oscuro: año tras año más y más pueblo e incluso ciudades desaparecían por completo. Farenis estaba desesperada, día con día le llegaban reportes de desapariciones por todo el país, y pocas veces eran confirmados como ocasionados por acciones humanas o de monstruos. Incluso habían llegado al punto de que cuando lo eran se sentían aliviados.

—Astoire desapareció —dijo Sarel en voz baja.

Agache mi cabeza. La ciudad en medio del lago quedó despoblada en algún momento entre el primero y el seis del primer mes del año. Sólo cuando un comerciante pasó por ahí se supo la verdad.

—Saben, a veces me pregunto en voz baja si no hubiese sido mejor que Xartos ganará —dijo Cleam.

En ese momento entró Diana, cargando a un niño pequeño de cabello negro que lloraba desconsolado.

—Se cayó y ahora no deja de llorar —dijo Diana.

Sarel se acercó y alzó al niño, consolandolo.

—Yo no —le respondí a Cleam, mirando a mis hijos—. Confío en mi hermano, solo requiere un poco más de tiempo.

Él se encogió de hombros y tomó otro sorbo de té.

—En fin, creo que es hora de irme. Solo una cosa más, ¿alguno ha visto a Sarah?

—No —le respondí. Otra desaparecida después de la batalla. Ella se había convertido en un enigma para todos, pues todos sabíamos que estaba junto a Vordove, pero no que tanto influía él en ella—. ¿Por qué?

—Hace cosa de unos meses se vio a Himm en una cuidad portuaria del imperio de Maeshs. Sabemos que ella está viajando con un grupo de antiguos cadetes en el continente mágico que tienen una rivalidad con el y quisiéramos advertirle. Pero encontrarla no es fácil.

—Y con sus habilidades ni siquiera tú podrías hacerlo —le dijo, sonriendo ironica—. Si la veo le aviso. ¿Vas al palacio?

—Si, tengo asuntos diplomáticos que hablar con la reina.

—Espera, yo también voy para allá —lo interrumpió Sarel—. Si me llevas ahorraré días de viaje.

Cleam se encogió de hombros y asintió, tras lo cual mi esposo fue a cambiarse, dejándome en brazos a David, mi hijo.

—Tengo cosas que hacer afuera —me despedí de Cleam, ya que seguramente se iría de ahí directamente—. Me saludas a ti esposa.

Y salí a un día soleado.

Theria: El templo de los orígenes. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora