El Fin De Los Tiempos

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Acto 0: La elfo y la muerte (Yunei)

La oscura iglesia derruida parecía ser el escenario perfecto para encontrarme con aquel ser de apariencia dulce que me miraba con curiosidad y a mi hija, quien aún no despertaba del sueño al que había sido inducida tras salir de la biblioteca en donde Hill seguía encerrado.

—¿Que es lo que buscas? —le pregunté sin vacilar. Ella, que lucia exactamente igual a Mia de joven de cabello negro y ojos plateados, únicamente pestañeo.

—Fuiste quien ha estado hablando con ella todo este tiempo, ¿no es cierto? ¿Que es lo que quieres con mi hija?

Desde hacía un buen tiempo me había dado cuenta que Mia desaparecía de vez en cuando y siempre que regresaba parecía triste y abatida, al menos más de lo normal.

—Eso es algo que solo nos concierne a nosotras dos —me respondió con una voz profunda y ronca, que no concordaba con su apariencia.

—No.

Fue mi única respuesta. No dejaría que le hiciera nada a mi hija, ya mucho había tenido con ser el juguete de Siel tanto tiempo como para que otro dios viniera y quisiera hacerle lo mismo.

—La verdad es que no sé ni como es que me estas viendo —me dijo, tras un largo rato en silencio mientras nos mirábamos fijamente—. Pero te diré la verdad solo para que entiendas lo que esta en juego.

Aquel ser no se movió, pero una hermosa puerta doble, del color grisáceo, adornada de acabados en oro y con un pomo en forma de ventisca, apareció tras ella y con ella un frío invernal se apoderó de la habitación. Era como si la sola presencia de aquello hubiese absorbido todo el calor del lugar. Pero, curiosamente, sentía ganas de abrirla y ver que había más allá. Era como si me llamara...

—Esto es solo una representación de las puertas del más allá —me dijo, refiriéndose obviamente a la puerta—. La verdadera es algo que ojos mortales no podrían apreciar sin enloquecer.

—¿Y eso que tiene que ver con Mia?

—Incluso un mortal se daría cuenta que algo anda mal con ella. Dime, hija del viento, ¿que hay de inusual en ella? Si me contestas correctamente te lo diré todo.

Eso era muy extraño, yo no veía nada raro, era simplemente una puerta común y corriente... Tal vez era que lucia vieja o el hecho de que...

—Esta cerrada —murmuré.

—Correcto, aunque debo decir que esa puerta es solamente tuya, Yunei Latesiana Binueren —me respondió, sin moverse ni un poco ni pestañear siquiera, lo que me hizo sentir un poco de repulsión hacia ella—. Pero nos solo la tuya, todas las puertas de la muerte estan cerradas y eso se debe a que nadie hay que las abra cuando a las almas mortales les llegue el momento de ir al otro lado, ya sea para su descanso eterno o su reencarnación. Verás, yo ya no existo realmente y la mariposa, mi ayudante, se halla sellada. Sin nosotros nada puede abrirle las puertas a las almas...

En ese momento la habitación se lleno de fantasmas. No había otra forma de describirlo. Cientos de espectros llenaron el lugar, algunos me veían con suplica, otros, los que parecían más translúcidos y gastados, solo miraban al infinito, tal vez buscando un descanso que no podían encontrar.

—¿Quieres que Mia te suplante? —aventuré a decir.

—La niña es un alma semidivina, es la única que me soportaría lo suficiente como para convertirse en una llave que mantenga las puertas abiertas. Pero eso exige un sacrificio muy grande y ella está dispuesta...

—No —dije de nuevo—. Hill tiene un plan para salvarla de Siel y no dejaré que eso no valga para nada. Esto termina con mi hija viva.

—Veo que sigues sin entender —me respondió, cansada. Su forma había cambiado, ahora era yo, pero esos ojos plateados seguían ahi—. Incluso si el hijo de la tormenta tiene éxito, no valdrá para nada ya que las nuevas almas de dioses no podrán reencarnar. Sin Siel las almas no podrán estar en este mundo como lo hacia la de la niña. Todo será en vano.

—Debe haber otra forma —le dije, casi en una suplica—. Haré lo que sea.

—No hay nada que puedas hacer, si estuviera viva podría hacerme una con mi apóstol y se podría hacer algo. Pero estoy muerta, solo puedo unirme a muertos y los muertos no puden andar.

—Cleam —susurré el nombre de mi última esperanza, aquel que poseía cuerpos muertos.

—Imposible, el niño inmortal da un poco del poder de Siel a los cuerpos que posee. Es imposible para mí entrar ahí.

—Haré lo que sea —le supliqué, casi llorando al mirar a mi hija dormir. Ya había sufrido suficiente, ya llevaba mucho peso encima. Quería quitarle eso. Quería que viviera.

—No se puede.

—Haré lo que sea —repetí.

—No se puede, incluso si de alguna forma pudieras albergarme, tu cuerpo no soportaría estar en el vacío...

—Se puede arreglar, haré lo que sea.

La muerte me miró con lastima, pero tal vez miró mis pensamientos, porque asintió.

—Lo haremos. Pero despídete de tu hija, no la volverás a ver.

Lo sabía, entendía que no volvería a ver ni a Mia ni a Hill, pero... Fueron unos segundos de vacilación, acariciando el cabello de mi hija como lo hacía para calmarla cuando ella era más joven y dormía entre pesadillas, solo que esta vez me estaba calmando yo. Tomé una hoja de papel de mi bolsa y un lápiz. Dejé una nota simple para ella y su padre y entonces tomé la mano que la muerte me tendía...

—Te amo —fueron las últimas palabras que le dije a Mia y como si ella me pudiera escuchar, mostró una pequeña, pero hermosa sonrisa.


Theria: El templo de los orígenes. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora