Acto 2: El dios sellado.

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Parte 1: El recipiente.

(Perdon por no sacar la conclusión de la pelea, pero me ha estado costando trabajo escribirla, mientras comenzamos con el siguiente acto y en cuanto la tenga la publico)

Salem

Se me podría decir flojo o cobarde porque nunca me había gustado escalar las montañas o explorar los densos bosques de mi hogar natal, tan hermosos que se decía te hacían llorar con solo verlos, algunos llegaban a decir que en ese lugar habitaba dios. La verdad es que nunca los vi más allá de la ventana de mi habitación, nunca me parecieron la gran cosa, a diferencia de mi hermana, quien todos los días salía a perderse en ellos, al punto en que, en más de una ocasión de verdad se perdió en ellos, haciendo que mi padre fuera a buscarla.

Claro, eso fue antes de que un puñado de malditos quemaran nuestra casa y mataran a casi todos los miembros de mi familia.

Pero mi hermana nunca pudo olvidar nuestro antiguo hogar, cuando éramos jóvenes siempre la veía con esa mirada perdida en el horizonte y esa pequeña sonrisa que a veces hacia cuando miraba por la ventana antes de escaparse. Al separarnos me llegaron rumores que las cosas habían empeorado, que, pese a ser una guerrera reconocida, a veces se quedaba quieta y miraba hacia ese punto, dejando cualquier cosa que estuviera haciendo para ello, muchas de esas veces siendo dañada en el proceso.

Escuchando eso, y aunque yo no añoraba tanto mi hogar, decidí que debía llevarla en su último cumpleaños. Además, es algo que teníamos que hacer y ya lo habíamos pospuesto demasiado.

Es por eso que salimos en esta excursión a un lugar remoto que guardaba más recuerdos felices que tristes, pero que aun así no quería ver, no quería recordar. En cuanto salimos hacia allá algo en mi me dijo que era lo peor que podíamos hacer, que lo mejor sería correr en dirección contraria hasta que nuestros pies sangraran y fueran destrozados y tal vez ni así seria suficiente. Pero Saha ya estaba demasiado ansiosa por ir después de escuchar mi idea, a un punto en el que yo la llamaría obsesionada. Al principio creí que era solo por los recuerdos, pero a medida que más y más personas se unían a nuestro viaje mi ansiedad y desconfianza crecían más.

Algo no estaba bien.

Esas personas no parecían malas y encontrarlas en cualquier lado hubiese sido algo hasta agradable, pero había algo en ellos... como si también estuvieran obsesionados, aunque no al punto de Sasha. Y a veces, al escuchar sus voces, me pareció que imitaban el sonido de un relámpago, algo que me causaba escalofríos.

Cien personas que decían eran de esa aldea, aun cuando yo no recordaba a más de veinte y ninguno de los rostros de mis recuerdos se parecían a los que nos acompañaban, pese a que Sasha hablaba con ellos como si los conociera de toda la vida. Pero sabían cosas y sus conversaciones daban a entender que de verdad habían estado a hí.

Todo se estaba haciendo demasiado extraño y eso me hizo contratar, a espaldas de mi hermana, a dos mercenarios. Ellos actuarían como si también se nos hubieran unido en el camino, pero nos protegerían. Me arrepiento profundamente de eso ahora, no porque fueran malos, sino porque por mi culpa desaparecieron de este mundo. Aún recuerdo como se despidieron de sus esposas, como salieron con una sonrisa creyendo que sería un trabajo fácil o al menos divertido. Pero a los tres días se enteraron de la verdad y me lo dijeron a la cara.

—Chico, me llamo uno de ellos, un tipo calvo y que parecía ser muy rudo, pero cuya manera de hablar era suave y conciliadora—. Convence a tu hermana y váyanse, hay algo en ellos...

El otro, el enano, vigilaba mientras manteníamos la conversación y solo se limitó a asentir. Lo entendía, estaban tan nerviosos como yo, pero no podía dejar sola a mi hermana y era más que obvio que ella no iba a regresar. Les dije que se fueran si así lo deseaban, que el pago no era un problema. Pero se quedaron, nunca supo porque.

Antes de alejarse me dijeron, me advirtieron, que en ningún momento dejara sola a mi hermana. Por nada del mundo, ni siquiera si me herían o me estuvieran a punto de matar.

Asentí, era algo que ya estaba dispuesto a hacer desde antes.

No tardamos mucho en llegar a nuestro destino, fue menos de lo que deseaba, a decir verdad, pero nada más pusimos un pie en la zona las cosas comenzaron a ir mal. Lo primero fue un terremoto que sacudió todo y destrozo las pocas casas que aún seguían de pie. Lo siguiente fue aún más sorprendente. El cielo se oscureció para iluminarse una vez más, solo que en esta ocasión no había un sol, sino un enorme templo que se alzaba en medio de un páramo, tan hermoso que por un momento me perdí en él, solo basto ese segundo para que mi hermana se separara de mí y es algo que jamás podre perdonarme.

Y entonces ocurrió el desastre.

Aquellos que nos acompañaban se incaron y juntando sus manos comenzaron a rezar, alzando un cántico que ni siquiera parecía humano. Y en medio de ellos pude ver a mi hermana, que me miro como si no entendiera nada, como si acabara de despertar de un sueño y tal vez lo había hecho, un sueño que había durados años. Dephin y Rower, los dos mercenarios, intentaron acercarse a ella, pero fueron detenidos por la multitud, que, sin moverse siquiera, de alguna manera antinatural e ilógica iba poco a poco haciendo un circulo perfecto con mi hermana en medio.

Yo y los mercenarios intentamos pasar entre ellos, pues no se movían, solo rezaban, pero nos era imposible, algo nos retenía, era como si una barrera invisible e impenetrable se hubiera formado a su alrededor, mientras que mi hermana comenzaba a gritar desesperada mi nombre, pero al igual que nosotros no parecía poder moverse.

Y los cánticos continuaban más y más alto al punto de ser ensordecedores y de escucharse como una tormenta furiosa más que como una canción.

Rower, en un acto desesperado, mato a uno de los que nos estorbaban, rompiendo de esa manera el cerco invisible y permitiéndonos así ir hacia donde estaba mi hermana. Sin embargo, ya era muy tarde, la tormenta había llegado.

—¡Salem! —me gritó mi hermana antes de que su grito se ahogara en el sonido del rayo.

Una andanada de relámpagos negros surgió del suelo, retorciéndose como tentáculos, algunos buscando algo, otros rodeando a mi hermana y metiéndose en ella.

Una de esas cosas dio con alguien de la multitud y lo destrozo solo con tocarlo. No hay otra forma de decirlo, convirtió en polvo a aquel pobre sujeto nada más con una rozadura.

Mientras tanto el resto seguía con su cántico.

—Espera y cuando veas una oportunidad ve por tu hermana —me dijo el enano antes de lanzarse al ataque.

Quise detenerlo, advertirle, pero de mi boca solo salió un gemido.

No llego muy lejos, pese a que usaba magia y llevaba una armadura, un relámpago fue suficiente para desaparecerlo. Su amigo tampoco tuvo tanta suerte, al verlo caer fue de inmediato al ataque, pero no sirvió de nada. Su escudo si logro detener al relámpago, pero este se expandió y lo rodeo, consumiéndolo.

Y yo solo podía quedarme ahí, mirando como todo ocurría. Debía ayudar, pero no podía, mis pies no se movían y mi cuerpo temblaba. No sabía qué hacer y al final solo quedamos yo y eso que ahora estaba dentro del cuerpo de mi hermana.

Y es que desde que salió el primer relámpago supe que Sasha había muerto, sentí como desaprecia y dejaba tras de su solo su cascara. Lo que sea que estuviera ahí ya no era mi hermana, era algo más.

Sus ojos me veían como estudiándome, con curiosidad, luego miro hacia el cielo, al templo que estaba sobre nosotros e increíblemente suspiro.

¿Qué le han hecho a mi mundo? ¿Qué los llevo a esto? ¿Dónde están esos que debían protegerlo?

Su voz no parecía provenir de ninguna parte y de todas a la vez, era algo desconcertante, pero no me sorprendió e incluso me dio algo de paz.

No temas —me dijo, sonriendo—. Pronto todos estarán con ustedes y ustedes estarán en mí. Seremos uno y juntos restauraremos mi mundo a como debe ser.

Lo último que vi fue un relámpago negro dirigiéndose a mí.

Theria: El templo de los orígenes. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora