Mundo espejo.

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Aria.

Una mañana normal, como cualquier otra de los últimos años, en un día rutinario como muchos que lo precedieron.

—Deni y Almin de nuevo se batieron en duelo —dijo Minerva después de un largo suspiro, mientras firmaba y colocaba una hoja frente a ella, sobre un montón más que se encontraban en su escritorio, listas para que fueran archivadas—. Sabes, ARIA, quiero a los niños, pero a veces extraño el trabajo de campo.


—Yo también —coincidí, mientras ella hacía lo que se suponía mi trabajo y yo hacía el otro, el secreto, revisando mapas, cartas, conteos, informes, entre otras cosas de índole privada.

—Y a todo esto, ¿dónde está Cleam y porque no está sufriendo conmigo? —me preguntó, colocando otra hoja sobre el montón.

—Está arreglando sus asuntos —le respondí—. Tiene que hacerlo antes del gran día.

—Oh, si —dijo ella, sonriendo y tocando su anillo. Al fin ese año, tras mucho, ella y Cere se iban a casar. Sus padres apenas habían llegado a la ciudad para conocerlo. Aunque buenas personas, he de decir que no estaban muy contentos que su hija estuviera con alguien de otra raza, más que nada debido a que nunca podrían tener hijos, pese a eso la apoyaban bastante y ellos dijeron que prepararian todo para que el día fuera memorable.

—¿Alguna vez piensas en sentar cabeza? —me pregunto tras un breve silencio.

—Ya te dije, estoy casada —dije, embozando una ligera sonrisa.

—Si, eso dices siempre, pero te niegas a decirme quien es y no conozco a nadie con quien seas muy cercana. Dime al menos, ¿lo conozco?

—Se podría decir —le conteste, reprimiendo una risa—. Y aunque no estuviera ya con alguien, tengo mucho trabajo en este momento.

—Si, aunque yo hago la mitad —murmuró, mirando los papeles en su escritorio, en mi oficia, ubicada en la academia de caballeros de Asmir, en Labria, un lugar que consideraba mi hogar más que ninguna otra parte.

Cuando regresamos de Virelia, Albert ya había desaparecido, dejando a otro a cargo de la academia de caballeros y al mando de los libertadores. Aquel tipo no duró mucho, era competente, pero su propia sed de sangre hizo que muriera pronto en el campo de batalla y tras muerte otros subieron al poder, aunque de igual manera su reinado fue corto.

Fue hasta pasados seis años y tras muchos incidentes, que logre hacerme con el puesto gracias a Cere, Minerva y Cleam. Tener a uno de los dieciséis, aunque ese título ya fuera obsoleto, tenía su recompensa.

Después de todo, no quedaban muchos y ya no existía una isla donde seleccionar nuevos.

—¿En que piensas? —me preguntó Minerva al notar la pausa que tuve.

—En Virelia —le respondí.

Ella asintió y siguió con su trabajo. Nadie, más que unos cuantos, sabía lo que realmente había sucedido en la isla. Muchos incluso culpaban al actual señor de la tormenta de la muerte de Xartos y la mayor parte de los dieciséis que se encontraban en la isla, sobretodo aquellos países que se beneficiaban de ellos, al tenerlos como aliados, sobre todo países que los contrataban para mantener un estatus y a sus detractores a raya. Fue gracias  a Nierya que lo dejaron en paz, pues su influencia aún era basta.

Theria: El templo de los orígenes. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora