XXII

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Varias semanas pasaron. Durante ese tiempo, Claus y Lucas fueron viendo cómo sus compañeros iban muriendo delante de ellos ya sea por las condiciones sanitarias del lugar o por los experimentos; en estas ocasiones los veían entrar a la "sala misteriosa" junto a Gele para nunca más volver.

Solo quedaban ellos, David, Teddy y un par de gemelos más. Del grupo, Claus era el que tenía mejor aspecto ya que él y Lucas estaban recibiendo un trato superior al resto; Gele se veía obligado a esto porque su experimento con el menor era a largo plazo. En ocasiones, lo sentaba en una silla frente a un espejo y le hacía peinados con listones y broches mientras le contaba sobre su difunta hija, quien había muerto en un accidente, y lo mucho que le recordaba a ella. Lucas sentía escalofríos cada vez que Gele le acariciaba el cabello para peinarlo o tocaba sus hombros intentando dar un aire parental. Sin embargo, siempre fingía una sonrisa para él y le daba el pésame por su hija. Claus podía notar la incomodidad en su hermano y maldecía a Gele para sus adentros; él y Porky eran los seres más repugnantes que había conocido en su vida.

A pesar de ser pocos en el grupo, Claus seguía mostrándose reacio ante la idea de hacer nuevos amigos, similar a como era Ninten antes de conocerlos a él y a Lucas. Por su lado, su gemelo seguía hablando con David cada vez que Claus no estaba ya que le había agarrado mucho carió y le disgustaba la idea de tener que alejarse de él luego de la riña que sus hermanos tuvieron. Claus sabía de esto y apoyaba a Lucas siempre y cuando le permitiera a él mantenerse distante de ellos; esto más por el hecho de no querer ganarse otra disputa con Teddy.

A este punto, ninguno de los gemelos restantes creía en Porky y este lo sabía. Sin embargo, continuaba con su labor de hipócrita mentiroso que fingía mostrar interés hacia sus compañeros ya que, para él, contarles la verdad sería muy "aburrido".

A pesar de ya no odiar su aspecto, Lucas seguía teniendo inseguridades respecto a su cuerpo:

—Claus, ¿crees que me veo raro?—preguntó temeroso.

Sus rasgos siempre habían sido más finos y delicados que los de su hermano, por lo que podía pasar fácilmente como una niña.

—Por supuesto que no—respondió con calidez—. Te ves como una niña normal.

—¿Soy una niña linda?—preguntó con la voz entrecortada, avergonzado.

—Eres preciosa—le respondió mientras acariciaba su cabello—. Como te dije antes, te parece mucho a mamá. Si te tomasen una foto ahora y me dijeran que quien sale ahí es ella cuando era más joven me lo creería sin dudar.

Lucas lo abrazó mientras lloraba de alegría. Finalmente había aceptado su destino, por lo que, si iba a ser una niña, sería una muy bonita. Cumplía su cometido gracias a los peinados que le hacía Gele. En ocasiones se ponía caprichoso y le pedía que lo maquillase, por lo que una de las subordinadas de Gele recibía la orden de hacerlo.

Lucas se había convertido en el engreído de Gele.  

Un día, durante el almuerzo, Claus vio que su hermano no estaba comiendo. Sin dudarlo, fue a intervenirlo:

—¿Por qué no comes, Lucas?

—No tengo hambre, si gustas puedes comértelo tú.

Lucas se veía decaído.

—Tienes que comer, hermanito. Si no, ¿de dónde vas a sacar fuerzas para lo que sea que nos pidan hacer?

Lucas miró su bandeja con desgano. Tomó su cuchara y empezó a comer. Claus, al ver esto, se sintió más tranquilo.

Se dirigió una cucharada a la boca. Dos. Tres. Siguió con otras cuantas hasta que su cuerpo dejó de darle paso a más. Se sentía como si se hubiera comido un banquete completo; ya no le cabía nada. Su rostro reflejaba angustia, como si comer fuese una tortura para él.

GemelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora