Como todos habían anticipado, los oficiales siguieron yendo a la casa los días siguientes para inspeccionarla. Desde la última vez, los señores B. tenían la radio encendida casi todo el día, cosa que si había algún ruido proveniente del ático, lo ocultaría. Además, siempre les servían tazas de café para ganarse su confianza.
Todas las inspecciones fueron gestionadas con éxito. No llegaron a ser descubiertos en los próximos días.
Sin embargo, sabían que muchos otros no habían tenido la misma suerte. La familia de los gemelos escuchaba todos los días con tristeza las noticias desde la radio del piso de abajo del ático (escuchaban la radio que los señores B. encendían en la sala ya que habían quedado en no volver a encender la del ático para evitar problemas) que indicaban la gran cantidad de refugiados capturados. Se sentían muy mal por ellos, pero al mismo tiempo bien por ellos mismos, por estar a salvo.
Días después fue el cumpleaños de los dos niños. Su cumpleaños número trece. Sus padres estaban avergonzados por no poder haberles dado ningún regalo pues, en tiempos mejores, se esmeraban mucho en darles lo mejor en aquel día especial.
— Mamá, papá, eso no importa — les dijo Claus —. Lo importante es que estemos todos juntos.
— Los queremos mucho. Entendemos la situación, no se preocupen. — añadió Lucas.
Poco después, los señores Gruber abrieron la puerta del ático para entregarles una tarta de manzana que tenía un muy buen aspecto. Era un regalo por parte de ellos.
— ¡Feliz cumpleaños, chicos! ¡Espero les guste!— dijo la señora B.
— No seas tonta, cariño. ¿Cómo no va a gustarles? ¡Tú haces las mejores tartas del mundo! — respondió su esposo. Ante su comentario, recibió un beso en la mejilla por parte de su mujer.
— Están tan grandes y guapos. Si hubiera podido tener hijos me hubiera encantado que fueran tan maravillosos como ustedes. Los quiero mucho—. dijo la señor B., dándoles un fuerte abrazo a ambos. Ambos niños se sonrojaron ante ello y le agradecieron el regalo. Luego de besarle la frente a cada gemelo, la mujer y su esposo salieron del lugar. Sin pensarlo, inmediatamente cortaron el pastel para probarlo. Todos coincidieron en que estaba delicioso. No habían comido algo así en mucho tiempo. Con unos pequeños gestos y de una manera muy humilde, Claus y Lucas pasaron un bonito cumpleaños cerca de sus seres queridos.
Les pareció increíble el hecho que unas personas que acababan de conocer hacía unas semanas, se preocuparan tanto por ellos al punto de casi arriesgar la vida por mantenerlos a salvo. La culpa los consumía diariamente por ello, sabiendo que les debían mucho a ellos. Siempre que los veían les daban dibujos, abrazos y cariños, pues sabían que los señores B. también estaban solos contra el mundo, como ellos, y que pequeños gestos como aquellos nunca fallarían al sacarles una sonrisa.
Más días pasaron y todo parecía estar tranquilo. La cantidad de capturados estaba disminuyendo. Si bien esta era una buena noticia, era muy posible que las autoridades tomaran medidas para evitar esto. Por otro lado, los bombardeos en la ciudad se empezaban a hacer cada vez más frecuentes. Esto obligaba a la gente a quedarse dentro de sus casas y a ocultarse dentro de sus sótanos una vez que las alarmas empezaran a sonar. La comida aún seguía escaseando y era cada vez más complicado salir a comprar. Por suerte, los señores B. tenían la jardinería y agricultura como su pasatiempo desde sus primeros años de matrimonio, por lo que pudieron sustentarse alimentaria y económicamente, ya que les vendían sus productos a los vecinos.
Como ya era de costumbre, sonó el timbre de nuevo. Todos ya sabían qué hacer y solo les quedaba esperar a que todo sucediera. Con la calma que los caracterizaba, los señores B. abrieron la puerta.
— Buenos días. Hemos recibido acusaciones hacia ustedes por alojar en su casa a personas que... no deberían alojar.
El pulso de la pareja de ancianos incrementó de inmediato, pero ambos sabían que debían guardar la calma.
— Eso no es verdad. Varios de ustedes han venido a visitarnos en estos días y se han ido sin haber encontrado nada. Pregúnteles a sus compañeros—. respondió el señor B.
— Veo que no nos está entendiendo—. Dicho esto, uno de los oficiales sujetó a la señor B. del cuello y le acercó un cuchillo en la garganta mientras que el otro apuntó al hombre con su arma.
— Tenemos órdenes de matarlos si no cumplen las reglas, así que dígannos dónde están esas ratas o procederemos a ejecutarlos a usted y a su esposa. Nadie puede venir a rescatarlos.
La señora B. empezó a derramar lágrimas por los ojos, suplicándole con la mirada a su esposo que no lo hiciera. Lastimosamente, el hombre cedió y, mientras seguían apuntándole el arma en la cabeza, les abrió la puerta del ático.
— Están allí arriba.
El hombre que tenía tomada a su esposa la soltó y siguió al otro oficial a dicho lugar. Los gemelos y su familia estaban durmiendo en aquel momento, por lo que no sintieron la llegada de los gendarmes ni tuvieron tiempo de elaborar ningún plan de escape. Debido a que los habían encontrado en una situación vulnerable, no fue muy complicado capturarlos. Los despertaron con golpes leves y se los llevaron bruscamente. Hinawa y Lucas no dejaban de llorar mientras que Flint y Claus luchaban para soltarse. El gemelo mayor mordía y escupía a los oficiales para intentar liberarse de ellos. A consecuencia de esto, fue golpeado con una porra en la cabeza, quedando inconsciente-
— ¡Claus!— gritaron todos al unísono.
— Tiene suerte de que no lo matara. Ahora los demás colaboren si no quieren terminar igual que ese mocoso pelirrojo—. dijo el oficial.
— Lo siento mucho. Perdón... perdón... perdónenme, por favor—. Les decía la señora B. mientras se los llevaban, sin dejar de llorar y siendo consolada por su esposo.
— No tiene nada de qué disculparse, señora. Hoy ha servido a su país. Hasta luego.— le dijo uno de los oficiales antes de irse con los refugiados.
Fue un duro golpe para todos. Los señores B. nunca podrían perdonarse por lo que acababan de hacer, y la familia de los gemelos estaba muy asustada. Nadie hablaba de lo que ocurría en los llamados "campos de concentración", pero sabían muy bien que nadie que haya entrado a esos lugares ha regresado para contarlo. Una vez que llegabas allí, te perdías para siempre de la faz de la tierra.
La persona que los había acusado, un vecino, recibió como recompensa una canasta llena de víveres para él y su familia por parte del gobierno. Esa había sido la medida que las autoridades habían tomado para que la gente delate a todos los que albergaban fugitivos.
Cuatro vidas acababan de ser intercambiadas por una canasta de comida.
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Gemelos
FanfictionEn un mundo gobernado por el egoísmo y la ambición es cada vez más difícil sobrevivir. Claus y Lucas viven junto a su familia el infierno de ser perseguidos por sus creencias y nacionalidad, por lo que deben ocultarse para evitar ser capturados. Na...