I

498 30 19
                                    

Es interesante y escalofriante lo que la ambición y el poder pueden llegar a hacerle a las personas, sobre todo en tiempos de guerra.

En este contexto, como a lo largo de la historia, existen países más poderosos que otros, los cuales oprimen a todos los que consideran "países inferiores". Aquí, todas las personas con nacionalidad, religión e ideologías diferentes era perseguidas e, incluso, exterminadas, pues lo que querían las autoridades era que solo quedaran sobre la faz de la tierra aquellos que fuesen sus semejantes. El resto, debía morir o adoptar su estilo de vida para ser como ellos. Esto sin importar si eran niños o ancianos.

Claus y Lucas formaban parte de este grupo vulnerable. Estos gemelos de doce años eran de una familia de religión distinta a la impuesta por el gobierno de su país que había abandonado su hogar para huir a otra nación donde refugiarse y así evitar caer en las garras de sus autoridades. Para suerte de ellos, una familia compuesta por una pareja de ancianos se ofreció a albergarlos dentro de su casa, en su ático. A pesar de ser un lugar pequeño y oscuro, se sentían seguros allí. Lucas, a pesar de ello, no podía sentir completamente esa seguridad, por lo que su gemelo mayor le protegía como siempre lo había hecho.

El lugar tenía únicamente una mesa pequeña con bancos viejos a su alrededor, una radio que utilizaban para escuchar las noticias, unos libros que los dueños de casa les habían obsequiado, baúles con ropa vieja y unas mantas en el suelo que hacían la función de camas. En cuanto a la comida, ellos la recibían por parte de los dos ancianos, ya que era preferible que no salieran, ni siquiera para hacer las compras. Si bien el gobierno de su país aún no invadía el territorio en el que estaban, no tardaría en hacerlo.

La comida que tenían era poca, pues los recursos escaseaban, pero igual estaban agradecidos con lo poco que los dueños de casa podían darles. Si compraban demasiado, levantarían sospechas.

En muestra de agradecimiento por todo lo que los señores B. estaban haciendo por ellos, los niños les obsequiaron unos dibujos que habían hecho; uno de un girasol, pues les recordaba a su antiguo hogar, y un arcoíris, porque ellos pensaban que era un buen símbolo de esperanza para todos los terribles momentos que estaban viviendo: después de la dura y despiadada lluvia, se mostraría un hermoso arcoíris.

El hambre y la angustia los invadía, pero, a pesar de todo, todos en la familia sabían que se tenían entre ellos. Claus y Lucas, debido a que no podían hacer mucho ruido, jugaban a los mimos. Cogían la ropa vieja de los baúles e improvisaban disfraces para ser los protagonistas de sus propias historias, siendo sus padres los únicos espectadores.

Otra de las actividades de la familia era la narración de cuentos. Hinawa, la madre, tenía una voz muy dulce, por lo que todos en el cuarto estaban de acuerdo con que ella fuera la narradora. Los libros que tenían eran pocos, por lo que a veces debían repetirlos. Sin embargo, esto no les molestaba en lo absoluto. Algunas veces los dueños de casa les dejaban libros nuevos. Cuando esto sucedía, los niños se ponían muy contentos.

Fue cuestión de semanas para que el gobierno de su país natal enviara tropas a las naciones vecinas, incluyendo aquella a la que habían huido. Ellos, preocupados, planearon de todo con los dueños de casa para evitar ser descubiertos. Los señores B. les dijeron que mientras estuvieran en su casa estarían a salvo y, que si llegaban los oficiales, se las ingeniarían.

Un día, durante tempranas horas de la mañana, sonó el timbre de la casa. Lucas, debido a su personalidad nerviosa y vulnerable, tenía problemas para dormir por las noches, por lo que pudo escuchar dicho ruido. Rápidamente, se encargó de despertar a su hermano y a sus padres. Ya todos se imaginaban quiénes estaban tras esa puerta. Solo les quedaba estar atentos a lo que estaba a punto de suceder.

— ¿Por qué llaman a la puerta tan temprano? ¡Es domingo, por Dios! — se quejó la señora B. al abrir la puerta a dos oficiales.

— Venimos buscando fugitivos. Si no le molesta, revisaremos su casa para asegurarnos de que aquí no haya ninguno.

— ¡Qué va! ¡Aquí no va a encontrar nada! Nada excepto a un par de viejos sin hijos.

La familia de los gemelos se había quedado impresionada ante la soltura de la mujer. No mostraba ni una pizca de nerviosismo ante la situación. Ella, en uno de sus encuentros, les había comentado que ella había sido actriz durante su juventud. Eso lo explicaba.

Los gendarmes empezaron a inspeccionar la pequeña casa. Debido a su tamaño, no les llevó mucho tiempo. Revisaron habitaciones, debajo de los muebles y detrás de ellos, hasta en lugares absurdos como baúles pequeños, en donde a lo mucho podría entrar un niño de dos años, y detrás de las cortinas. Por suerte, el ático estaba bien disimulado con el techo de la casa y no vieron la entrada.

— Bien, parece que todo está libre.— concluyó el más alto de los dos.

— ¿No les dije? ¡Una pobre anciana no les va a mentir! — les dijo la mujer, quien en seguida se dio vuelta hacia la cocina.

— Deben estar cansados, permítanme darles unos cafés.

— ¡Gracias! — respondió el más bajo — Hemos estado trabajando desde las cinco de la mañana.

Aliviados, los miembros de la familia del ático seguían escuchando la escena. Solo faltaba esperar a que se fueran para poder dar el suspiro de alivio. 

Sin embargo, el polvo se hacía presente en el aire de ese lugar. Unas pocas partículas fueron suficientes para que el pequeño Lucas soltara un estornudo. Afortunadamente, Claus actuó rápido y le colocó una manta en la boca para amortiguar el sonido. Este fue leve, pero lo suficientemente notorio para sentirse en el piso donde se encontraba la señora Gruber con los oficiales. Esto alarmó a la mujer. Tenía que actuar rápido.

— ¿Qué fue eso? — preguntó el más alto.

Seguidamente ella, desde la cocina, fingió un estornudo imitando el timbre de voz de Lucas. Debido a su capacidad actoral, fue bastante convincente.

— Disculpen. Este lugar está lleno de polvo y me da alergias. — dicho esto, encendió la radio para evitar que otros ruidos provenientes del ático pudieran escucharse.

— Este silencio me vuelve loca. ¿Qué mejor que la música para acompañar su café? — dijo la mujer mientras les entregaba las tazas. 

Una vez que terminaron de beber el contenido, los oficiales, agradecidos, finalmente se retiraron de la casa.

La señora B., más calmada, subió al ático.

— Todo está bajo control. Ya se fueron. El problema ahora es que no sabemos por cuánto tiempo seguirá la calma.

— ¡Lamento mucho haber estornudado! — le dijo Lucas entre lágrimas, quien estaba siendo abrazado por su madre — No pude evitarlo.

— No te preocupes, pequeño. Solo ten más cuidado. — le respondió la mujer.

— Entra mucho polvo aquí a pesar de que lo limpiemos a diario. — comentó Flint, el padre de los gemelos.

— Quizá podamos improvisar una mascarilla para la próxima. — propuso Claus.

— Es más que un hecho que desde ahora vendrán a visitarnos frecuentemente. — añadió la señora B. — Por lo tanto, deben ser bastante silenciosos si no quieren ser descubiertos. Mi esposo y yo haremos todo lo posible para encubrirlos. Por ahora, están a salvo. 

N/A:  ¡Hola! Bievenidos a mi nuevo fic. Sin más que decir, espero que les guste lo que viene. <:

GemelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora